Hay un diagnóstico de moda entre adultos-currantes: el síndrome de Burnout, del desgaste ocupacional o del trabajador desgastado.
Los síntomas que lo caracterizan no difieren de los de la depresión clásica, pero el hecho de que su nombre aluda a las causa lo distingue de esta -que algunos parecen creer que aparece por generación espontanea.
Y es que, si bien es cierto que hay gente que, por su biografia, es más propensa a sufrir episodios depresivos, no lo es menos que el trabajo puede ser un claro desencadenante.
Así por ejemplo la sensación crónica de que las exigencias superan los recursos puede llevar a un agotamiento incapacitante.
Pero de todos los factores laborales con potencial de quemar hay uno que destaca por su potencial: el humano. Homo homini lupus. No hay nada peor para el hombre que el hombre mismo- como tampoco hay nada más terapeutico.
El otro día en la sala de espera del médico dos enfermeras en recepción ofrecian un espectáculo lamentable.
A pesar de que nada indicaba que existiese una jerarquia entre ellas, una, la mayor, dominaba la situación y la otra se comportaba con una sumisión inexplicable; cualquier cosa que hacía o decía era comentado por su compañera -en voz alta quién sabe si para que todos pudiesemos oirla o indiferente a todos- que, enervada, le hacía saber porqué lo que acababa de hacer o decir estaba mal hecho o dicho. Constantemente.
La "víctima" no se reveló ni una vez y la escena era, incluso para los espectadores, difícil de soportar. La expresión de la chica -de resignación- era un cuadro, pero ella no protestó ni una sola vez en las dos horas estuve observando la escena. No se quejó ni una vez.
Ocho horas. Cinco días a la semana.
Era muy joven, pero le augüro un futuro laboral poco placentero y probablemente en algún momento se vea afectada por el síndrome.
La escena invitaba a intervenir pero en el fondo la suerte de la muchacha estaba echada.
Los adultos deberiamos contar entre nuestras capacidades con la de defendernos.
Y es que ahi afuera, nadie, si no lo hacemos nosotros, lo hará.
Solo ella misma podría haber puesto fin a la situación, pero obviamente esta chica no contaba con esa capacidad. La de defenderse.
Debe de haber algún motivo por el cual este síndrome afecte oficialmente sólo a los adultos. Es demasiado duro, dice demasiado de nuestra sociedad, aceptar que los niños están quemados antes incluso de haber empezado a trabajar. Quemados por sobreexigencias parentales y escolares, pero sobre todo por carecer de la capacidad de defenderse.
Una niña de doce años me contaba el otro día que sufría abuso escolar desde que tenía uso de razón.
-¿Y cual es el motivo? ¿De qué te acusan? ¿Por qué se rien de tí?- le pregunté -pues no había nada en su aspecto que diese pistas.
La pregunta pareció perturbarla...se quedó pensativa....
-No lo se- dijo - pero ahora que lo dice, en el vecindario era igual. Tambien allí me apartaban, se reían de mí.
¿Porqué?- volví a insistirle.
No supo contestar.
Hacía medio año el mobbing en el colegio había terminado de forma casi abrupta.
-¿Cómo?
-Tuve un par de ataques epilépticos, el profesor convocó a la clase y explico, que yo estaba enferma. Lo dijo con una expresión entre aliviada y resignada.
Ahora sí era una víctima. Oficial. Aunque los niños -provistos de un sexto sentido- siempre lo supieron.
Los niños pueden ser crueles. La sociedad es cruel. Y los padres deberiamos de enseñarles a defenderse en lugar de dedicarnos a negar la evidencia.