Cuando las mujeres (últimamente también los hombres) comienzan a hacerse viejas, empiezan a interesarse por las cremas y demás tratamientos "anti-aging" creyendo poder ponerle así obstáculos al tiempo.
Querer es creer y nos imaginamos que las cremas mejorarán la calidad de nuestra piel y el envejecimiento se relentizará.
Esta ilusión de control es muy importante para el hombre. Siempre nos ha resultado difícil aceptar nuestra impotencia ante las fuerzas de la naturaleza y quizás esa impotencia y la necesidad inminente de superarla hayan sido uno de los motores de la civilización.
Es muy duro aceptar que nos hacemos viejos...y que no podemos hacer nada para impedirlo ya que, incluso en el caso hipotético de que pudiesemos borrar todas sus huellas-las del tiempo- sobre nuestra piel, el resultado sería el mismo; seguiríamos siendo (haciéndonos) viejos.
A veces tengo la sensación de que, a pesar de su obviedad, hoy en día estas banalidades nos sorprenden. Decimos por ejemplo: - ¿Qué me estás contando? ¿Tienes cáncer y la ciencia no puede hacer nada por ti? o ¿cómo es posible que con todos los métodos de detección temprana no te hayan encontrado esto antes?
Y es que vivimos con la ilusión difusa -o la convicción arrogante- de que todo tiene solución. De que todo es controlable. Esto nos salva de depresiones y en cuanto esta sensación de seguridad se pierde (o no se ha llegado a adquirir) la gente se deprime. Se vuelve mas "realista" dicen las voces más cínicas.
Por desgracia, por lo que respecta al envejecimiento, los genes tienen el poder absoluto, por mucho que nos empeñemos en intentar ignorarlos.
Ni siquiera la tesis, a la que los mas naturalistas se aferraban, según la cual si nos reímos mucho envejecemos mejor (físicamente hablando) parece tener fundamento científico alguno. La risa es genial pero desgraciadamente parece tener una función social y en sí misma poca influencia en la salud (¡últimamente se suceden los estudios de que los pesimistas viven más tiempo!).
La cuestión es que hay cosas que los humanos nos creemos muy a gusto, que estamos deseando creernos, que nos conviene creernos pues nos transmiten la sensación de que estamos haciendo las cosas bien, de que tenemos la situación bajo control.
Por el contrario en otros temas delegamos generosamente responsabilidades. Por ejemplo, a la hora de buscar una causa o explicación a los trastornos psíquicos.
A pesar de que existen muchísimas más pruebas (o al menos correlaciones) de la influencia de factores psicosociales -los padres, la educación, los traumas, la época y la zona geográfica en la que nos ha tocado vivir- sobre su génesis, seguimos creyendo que los responsables son los genes.
Y eso que, a pesar del ahínco de los científicos, todavía no se ha descubierto ningún gen, ¡NINGÚN GEN!, -esta frase hay que repetirla para creerla ya que el mainstream nos ha hecho creer lo contrario- que explique ninguna de las enfermedades psíquicas hoy en día existentes (pues mañana habrá otras, de esto no nos quepa duda). Pero seguimos empeñados y esta aparente falta de pruebas no consigue inmutarnos, así que decimos;-Es que no es un gen (el responsable escurridizo), es la combinación de VARIOS GENES. Y ahí ya parece que encontramos alguna combinación -inconsistente y vaga- que parece apuntar en alguna dirección.
Un ejemplo de fundus absurdo que puede derivarse de esta ferviente creencia en los genes es por ejemplo la supuesta correlación encontrada entre la longitud de cierto dedo de la mano (no recuerdo cual) y la transexualidad. Eso sí: esta correlación solo se encuentra en mujeres.
Uno se pregunta si se trata de una broma, pero no, estos son datos que se publican en las revistas científicas.
Nadie quiere cargarse de responsabilidades sin solución rápida; ni los padres, ni la sociedad, ni los profesionales, pues aceptar la tesis de que los factores psicosociales son los actores principales a la hora de explicar los trastornos psíquicos nos obligaría a cambiar, entre otras cosas, el sistema sanitario de arriba abajo. No. Mejor cerremos los ojos y sigamos buscando la Piedra de Rosseta que lo explique todo y que podamos modificar en una probeta para que el mundo sea, por fin, rosa.
Hay una frase de Witgenstein que me encanta que dice: de lo que no podemos hablar, mejor es callarse. Igual es eso lo que deberían hacer los genetistas de la conducta. Callarse hasta que puedan hablar y no dar sus hipótesis por ciertas, antes de ser corroboradas.
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