La madre de Proust quería saber exactamente -entre otras muchas cosas- a qué hora se iba a dormir y a qué hora se levantaba su hijo. Así que escribió: couche (acuesta) y dejó un espacio en blanco para que éste lo rellenase, y a continuación, escribió leve (levanta), y dejó otro espacio.
Cuando comenzó a explicarse en su larga novela, que empezó pocos años después de la muerte de su madre, tuvo la hermosa idea de que ella, al morir, le había dejado un enorme espacio en blanco que tenía que llenar. Deseaba conocer todos los detalles; no quería que se le escatimase nada mientras estaba sentada en su silla en el cielo, con la mirada baja; y él haría cualquier cosa por complacerla. (Extracto del pais)
Hay una frase, un poco cursi por desgastada, que dice que a un hijo hay que darle raices y alas.
Es difícil encontrar el equilibrio entre estos dos extremos, pero pienso que es una buena máxima para los padres, corta y concisa: Raices y alas.
Las raices para que sepa de dónde viene, que pertenece a alguien, que es querido. Las alas para que pueda hacer su vida, sin culpa excesiva por tener que, llegado el momento, abandonar a sus padres.
Más problemático para el desarrollo sano de la personalidad es cuando los padres, no habiendo conseguido darles raices -casi siempre por estar ocupados luchando por las propias- tampoco les dan alas.
Los sistémicos hablan de familias con tendencias centrípetas o centrífugas según domine la tendencia de expulsar o absorver a los hijos.
Una estrategia -a menudo inconsciente- de las familias con tendencias centrípetas son los sentimientos de culpa.
Nadie más sensible a estos que un hijo.
Nada más fácil que despertar en un hijo la sensación de que no puede o no debe abandonar a sus padres.
Hay veces que esto se hace por convicción: en el hijo no se ve un ser individual ni dueño de su propia vida, sino una prolongación de la propia vida, una especie de segunda oportunidad; lo que uno no ha conseguido en su vida pretende conseguirlo a traves de sus hijos.
Otros pretenden estar dándoles rienda suelta y no se dan cuenta de que los hijos sienten el miedo de los padres a quedarse solos y hacer frente a la propia vida.
Yo siempre hablo de lo difícil que nos resulta cuestionar a nuestros padres. Pero cuestionarse uno mismo -cuando se es padre- es igual de difícil o más.
Y a veces imposible, por ejemplo en los casos de personas que no han tenido apoyos externos y han tenido que ser siempre sus propios guias. De pronto viene un hijo y los cuestiona y la única estratégia de que dispone el padre es defenderse. Todo lo demás sería capitular.
Tambien los hijos, para ser libres, deberían -aunque en ningún caso sin haberse enfrentado a estos antes- aceptar que sus padres no son lo que ellos hubiesen querido que fuesen, o huniesen necesitado. Ver a los padres como seres indivuduales, con una historia, anterior a ellos, que les ha marcado.
Alice Miller -cuyo Leitmotiv fue la necesidad de ajustar cuentas con los padres- se olvidó que ella era no sólo hija (herida) sino también madre. Se dedicó sólo a uno de sus roles.
Acaba de aparecer un libro de su hijo. El título ya lo dice todo: "El verdadero drama del niño dotado".
En este caso el niño dotado no es él el dotado sino su madre.
Y ahí está el quid de la cuestión.
El hijo de Alice Miller cuenta como su madre fue incapaz de extrapolar su propia filosofía a la educación de sus hijos, cuya existencia pareció pasarle más o menos desapercibida.
Increible pero cierto, la gran defensora del menor fue una "mala madre".
Pero ni es tan increible, ni mucho menos un caso aislado, los casos parecidos entre pedagogos que han creado escuela se cuentan con a docenas.
Es un gran problema cuestionarse uno mismo, pues el hacerlo conlleva inseguridad y crisis.
El hijo de Alice Miller consigue una cosa que no consiguió su madre; empatizar con ella. El libro no es un ajuste de cuentas; esa fase ya la pasó y la superó. Al contrario, Miller hijo nos introduce en la dramática biografía de su madre y consigue que el lector acabe entendiendo lo ilógico: la discrepancia entre sus teorías y sus actos.
¿Se ha cuestionado usted alguna vez a sí mísmo?
¿En qué se basa para afirmarlo?
Escribir comentario
llauisset (lunes, 10 febrero 2014 15:45)
hay familias mediterráneas, tan cintrípetas que parecen agujeros negros.
muy buena como siempre.
b7s
Ramón (miércoles, 12 febrero 2014 10:52)
Después de leer y reflexionar sobre las implicaciones de tu escrito, veo las preguntas con las que terminas, muy adecuadas no solo a nivel teórico, sino práctico para la propia vida y la de aquellos en cuyas ramas paramos a veces a descansar después de un vuelo, una carrera y/o un trasplante que tiene que conjugar las mal llamadas "señas de identidad" con el desarrollo de nuevas raíces en nuevas tierras.
Lo referente a dar alas y dejar volar lo completaría diciendo que hay que procurar también, no solo dejar la puerta abierta y/o tenerla giratoria, sino procurar espacio para volar y volver, ya sea para descansar, repostar o informar de lo visto desde una perspectiva aérea a quienes la vida ya no les permite usar las alas y las raíces son tan profundas que ya casi solo disfrutan de la sabiduría "vegetal" aunque sigan teniendo alma de animales que necesitan moverse.
Una vez un empresario me dijo que "no tenía vocación de bonsay". Yo he reflexionado varias veces sobre esto y aunque prefiero la miniaturización al gigantismo, reconozco que la técnica de los bonsais no me convence, como tampoco la de cortar las alas y/o cavar la tierra cortando raices... Gracias por las reflexiones y las sugerencias que nos proporcionas.