Quo Vadis?

Cuando no entendemos el mundo es mejor tener algo a lo que aferrarse. Y puestos a aferrarnos mejor aferrarnos a algo seguro, exacto e invariable. A algo que no nos decepcione. Por ejemplo a los números.

 

Las matemáticas siempre han atraido a cierto grupo de melancólicos con tendencias aspergerianas y especialmente perturbados por la tendencia humana a cambiar de opinión.

 

Los números, los ordenadores y los datos nos ofrecen la seguridad que los humanos no pueden ofrecernos.

 

El perfeccionismo es hoy en día una cualidad muy aplaudida.

 

Hay que optimizarse y para ello se nos ofrece una variada gama de posibilidades. Podemos mejorar nuestro físico machacándonos en el gimnasio,  rendir más con ayuda de dopaje cerebral y si lo que queremos es estar más sanos podemos recurrir a los datos.

 

Además de las visitas preventivas al médico hoy podemos estar constantemente pendientes de nuestra salud gracias a un aparatito que podemos llevar siempre encima -Self-Quantified-   y que nos avisa de cuando hemos alcanzado el nivel óptimo de calorias -con lo cual el resto del día tendremos que limitarnos a beber agua o te sin azucar-, cuándo hemos dado suficientes pasos y cuando tenemos que levantarnos del sofa y dar un paseo, aunque no nos apetezca.

 

 

En resumen; nos controla  y amonesta a todas horas.

 

 

Las voces críticas se jactan de que hemos llegado a un punto en el que el estado puede tranquilamente delegar la tarea de la explotación. Gracias a los Self-Quantificed a partir de ahora se tratará de una autoexplotación.

 

¿Con qué fin?

 

Aparentemente sin temor de que se les acuse de haber perdido el norte completamente algunos optimistas y defensores de este estilo de vida nos promenten -sin base ninguna- una vida más larga e incluso la inmortalidad.

 

Y es que, si la autooptimización se convierte en el sentido de la vida, habrá que alargarla para creer que es un sentido-para-algo.

 

Controlados y obsesivos, pero al menos inmortales.

 

 

Milan Kundera, en su novela "La lentitud" decía que la velocidad era la forma de éxtasis que la revolución técnica había brindado al hombre.

 

Al volar, o ir en moto a toda velocidad, el hombre se olvida de su cuerpo y de su pasado y tiene la sensación de vivir en el presente. Se olvida del miedo.

Pero como vemos para olvidarse del miedo -supuestamente- no hace falta vivir en el presente. El Self-Quantificed tambien pretende que nos olvidemos del miedo. Del miedo a estar haciendo algo mal. Con el Self-Quantificed entregamos a la base de datos la responsabilidad sobre nuestras vidas. Si a pesar de ellos nos aparece un cancer, al menos habrá alguien a quien dirigir nuestras quejas.

 

Quizás algún día el aparatito esté contento con nosotros y los datos sean benévolos -aunque teniendo en cuanta la cantidad de variables que es capaz de medir, estos días serán singularidades.

 

 

Alguien dijo que el sentido de la vida era vivir.

 

Pero vivir es un término muy abierto; podemos vivir deprisa o pasar la vida preparándonos para vivir -aunque la decepción al encontrarnos, a pesar de toda preparación, al final, con la muerte de todos modos, puede ser brutal.

 

¿Por qué habrá desaparecido el placer de la lentitud? -se pregunta Kundera. ¿Se habrá ido con los caminos rurales, los prados y los claros?

 

¿A qué se debe esa veneración de la velocidad?

 

Para empezar a vivir propongo empezar sustituyendo a Tinder por Schubert...pero para ello tenemos que levantar la mirada de nuestro iphone.

 

 

 


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