La fábrica de locura

Decía Eric Fromm en "Patología de la normalidad" que en parte educar consistía en enseñarnos una serie de ideales y valores cuyo seguimiento nos llevaría irremediablemente al fracaso.

 

Una buena parte de la vida adulta deberiamos emplearla en desaprender estos valores -pues no sirven. (Para el que este interesado en ver cómo le puede ir a uno en la vida si sólo ve el lado positivo de las cosas le recomiendo fijarse en Joy, uno de los personajes de la pelicula de Todd Solons "Happines".)

 

Nuestros pedagogos tampoco nos dicen la verdad cuando nos enseñan como funciona la sociedad, pues omiten siempre el lado oscuro (enchufes, corrupción, mafias o el poder del dinero). A base de golpes aprenderemos, con suerte, a movernos por la vida.

 

El ámbito de la salud mental tampoco está libre de estas fatas morganas. Dando por supuesto que existe algo así como normalidad, tendemos a creer que la aparición de nuevos síndromes y enfermedades psiquiátricas obedece a los avances de la ciencia.

 

Pero no.

 

En 1952, el primer manual diagnóstico contaba con 106 enfermedades mentales, en 1994 el DSM-IV ya incluía 297 y la tendencia es inflacionaria.

Pero si no es la ciencia la que las descubre....¿de dónde salen estas enfermedades?

 

Tomemos por ejemplo de la depresión, ese estado de ánimo alicaido cuya designación ha ido variando a lo largo de la historia y que hasta 1960 se consideraba una enfermedad "éndogena" que afectaba a unos pocos y se trataba en instituciones psiquiatricas.

 

Por aquel entonces la depresión se trataba con benzodiacepinas (Valium). Pero de pronto (1996) la organización mundial de la salud anuncia que a parte de las enfermedades cardiovasculares la depresión iba a ser uno de los grandes problemas de salud de las siguientes décadas.

 

¿Cómo se explica esto?

 

Sociólogos y psicóanalistas invocaron la existencia de una sociedad depresiva... pero podría ser más sencillo: los laboratorios farmaceuticos habían lanzado un campaña de sensibilización ante la enfermedad. Y es que a mitad de la decada de los 80 el efecto adictivo de las benzodiacepinas y sus efectos perniciosos a largo plazo no podían seguir ocultandose. Esta información provocó un bajón en las ventas de estos medicamentos y era necesario producir nuevos para tratar la depresión.


Se promocionó la enfermedad para introducir el tratamiento.

 

La industria farmaceutica -bien asesorada- se decidió para ello por los ISRS, que habian sido sintetizados en 1972 sin saber muy bien para qué.

 

Los antidepresivos modernos -que se anunciaba como sustancias no adictiva- nacian. El Prozac comenzó a hacer furor.

Y como cualquier empresa, tambien la farmacéutica tiene que mantener su rendimiento lo cual significa básicamente buscar constantemente nuevos mercados para comercializar sus medicamentos. Los laboratorios precisan constantemente de nuevas enfermedades mentales (las más rentables), preferentemente crónicas, para legitimar, promocionar y comercializar sus psicofármacos. Con Pregabalin por ejemplo, se trata por la epilepsia pero tambien la fibromialgia, la fluoxetina sirve tanto para la depresión, como para el duelo o el síndrome premenstrual.

 

Y patologizados están todos los ámbitos de nuestra vida emocional: más de dos semanas de duelo por la muerte de un ser querido nos convierte en potenciales pacientes, problemas de memoria en la edad adulta nos hace candidatos del (MCI) deterioro cognitivo leve y así con todo.

 

La vida interior y emocional es siempre sospechosa...

 

Desencanto; tampoco la psiquiatria esta libre de la influencia de las leyes del libre mercado. Somos consumidores; de enfermedades y de remedios.

 

Lo que la industria farmaceuticas gana en este proceso es obvio: dinero. Los psiquiatras tambien: poder. Pero y nosotros, ¿los afectados?

 

¿Alguién se explica porqué nos resistimos tan poco a convertirnos en enfermos mentales?


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