Estrategias para detener el tiempo

Desde hace unos años me ocurre siempre en vacaciones que en algún momento me viene a la memoria una viñeta de Mafalda.

 

Mafalda está en la playa comentando lo difícil que es sujetar la arena con el puño cerado. Por mucho que uno apriete el puño -y ella lo intenta una y otra vez- la arena se escurre entre los dedos hasta no quedar ni un granito. De pronto el padre interrumpe a la absorta niña con un gemido; no puede soportar más lo que para él es una clara alegoría del paso del tiempo.

 

El primer día de mis vacaciones me siento como Mafalda en la viñeta: con el puño cerrado y repleto de tiempo con el que podré hacer tantas cosas. "Esta vez no se me va a escapar ni un granito", pienso convencida. Y de pronto me veo a mi misma, incredula y decepcionada, en el aeropuerto de vuelta y me pregunto cómo es posible, que, a pesar de mi empeño me encuentre ya allí.

 

En esos momentos entiendo a aquel estudiante que, falto de posesiones y de sueños, decidió un día calcular los segundos de vida que podían quedarle. Embriagado por lo exorbitante de la cifra se sintió enormemente afortunado. Tanto es así que comenzó a temer por su fortuna.

Pasó una semana y el pobre infeliz que, consciente de su patrimonio, no podía ya pensar en otra cosa, calculó cuánto tiempo había consumido.

 

Esta vez le invadió un miedo atroz; si seguia así despilfarraría todo su precioso tiempo! Decidió tomar medidas. Durante la semana siguiente estuvo ahorrando tiempo allá donde pudo; llegaba a casa antes, se acostaba pronto, hacia los recados con la mayor rapidez y precisión posible... El domingo, lleno de ansia, volvió a calcular y el espanto se apoderó de él.

 

A pesar de sus esfuerzos no había conseguido ahorrar ni un segundo!.

 

El tiempo se le escapaba de las manos como la arena a Mafalda.

 

De repente le pareció que incluso lo sentía pasar. Incapaz de soportarlo se tumbó en el sofa y decidió que lo mejor era no moverse de allí y recitar poemas, para eludir al menos la conciencia de la hecatombe....

Pero el tiempo es memoria, y la memoria no se esfuma. El pasado esta en nosotros y siempre vuelve a emerger, a veces con ayuda de nuestra conciencia, a veces en sueños y otras de forma proustiana.

 

Esto me tranquiliza. Mi puño está ahora más lleno; conserva el sabor de los erizos, el olor del mar al atardecer, el sonido de las olas y el calor del sol en mis mejillas.

Pues como decía Faulkner: "el pasado no ha muerto, ni siquiera ha pasado".


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Comentarios: 1
  • #1

    Ramón (miércoles, 06 abril 2016 21:35)

    Me gusta el relato, la reflexión y la enseñanza. Te acompaño con el sentimiento. Me ha recordado, además de las aportaciones de Mafalda (Quino), las de San Agustín en la playa.