“¿Por qué todos los hombres que han llegado a ser extraordinarios en la filosofía, la política, la poesía o las artes, parecen ser melancólicos?."
Aristoteles. Problema XXX
Diderot definía la melancolia como la conciencia constante de nuestra propia insuficiencia.
Y es que la melancolia (hoy distimia o depresión), que es un rasgo de personalidad y suele estar presente desde muy temprano, no esta tan relacionada con las catástrofes que puedan ocurrirnos (las cuales no ayudan pero predisponen más bien al miedo) sino con nuestra conciencia de nosotros mismos y nuestra posición en el mundo. Lo que más tarde llamaremos autoestima.
El melancólico sospecha que la respuesta a la pregunta;
¿Soy importante?
no es muy alentadora.
El mismo instinto de supervivencia que se traduce en un necesario egocentrismo, sumado a esa cualidad tan humana de atribuir significado a los actos y las relaciones, nos predispone a la melancolia.
Somos y necesitamos ser egocéntrico si queremos sobrevivir. Para sobrevivir dependemos de nuestros padres y es por ello el bebe esta más pendiente de su madre, si cabe, que esta de él. Su mirada es el primer sitio en el cual el recien nacido busca la respuesta a su pregunta básica;
¿van a cuidar de mi, merezco vivir, valgo la pena?
Es por asegurarnos nuestra supervivencia por lo que en nuestros primeros años
-y en algunos casos fatales durante toda la vida- nuestra atención gira alrededor de nuestros padres.
Esto nos hace extremadamente susceptibles a sus actos pues, aunque obviamente no todas las acciones de estos estan
relacionadas con nosotros, el niño no sabe pensar de otro modo, sobre todo aquel que ya tiene
una sombra de duda.
Es por ello que la depresión de alguno de nuestros padres, incluso el significado de su ausencia, sea motivo suficiente -y uno de los más importantes- para convertirnos en eternos melancólicos, para que pasemos toda la vida dándole vueltas a una misma pregunta, sin atrevernos a responderla....
¿soy importante?
El melancólico siente que no es importante, que es insuficiente y no merece mucho (o nada) o que incluso merece castigo.
Quizás es por ello que en algún momento tan solo las curas más brutales -hoy en día con el electroschock- parecen surtir efecto.
En el extremo de la melancolia esta el delirio melancólico; gente que no orina por miedo a desatar un diluvio universal o que están convencidos de su no-existencia (sindrome de Cotard).
La mayoría de la gente no suele percatarse de la melancolia ajena. Puede uno sufrir los tormentos más insoportable, estar al borde del suicidio y la gente que le rodea seguir pensando que se encuentra estupendamente.
Esto es así en parte porque los melancólicos son buenos fingidores, como el famoso Arlequin italiano Carlin, que hacia reir a todos menos a si mismo, en parte por la indolencia del entorno.
Además los melancólicos están siempre ausentes. Ausentes porque viven en el pasado, idealizándolo o intentando encontrar el momento donde tomaron una decisión equivocada y todo se fastidió- o en el futuro, como el eterno jugador, que sueña con la noche mágica que cambiará su vida, pasado incluido.
El melancólico es antisocial. Evita a la gente -o quisiera evitarla- se refugia en la noche y gusta de estar solo, en parte porque desconfia crónicamente del género humano, en parte para poder entregarse a sus pérfidas meditaciones en una especie de regocijo morboso.
El melancólico es sensible, lúcido, agudo y muy inteligente. Su inteligencia es fruto de su misma melancolia, pues como decía Celine, hace falta mucho sufrimiento para que un hombre se ponga a pensar.
Y es por ello que incluso malgastando su capacidad analítica y crítica en intentar responder a la pregunta sin
respuesta
¿Soy importante?
o quizás precisamente por ello, puede acabar convertido en el hombre de genio del que hablaba
Aristoteles.
Escribir comentario
Ramón (lunes, 08 enero 2018 21:26)
Interesante reflexión sobre la melancolía personal. En la revista de IC del mes pasado me dio tema para reflexionar el concepto de la llamada "mediocridad copernicana" que no se refiere ni al individuo, si a la sociedad, sino a la misma existencia de vida en el universo. El título del artículo es El fin de la mediocridad copernicana, por cuanto valora objetivamente la singularidad de lo que aconteció en este planeta. Otra cosa es si lo vemos desde la perspectiva de su final, la extinción. Otras consideraciones pueden ocuparse como hace este artículo y otros que se ocupan de la posibilidad de vida elemental y/o al nivel de homínidos en algún otro lugar del universo. Gracias por las consideraciones complementarias y por el material que aportas para la reflexión.