El teléfono

Berlín 2018, 7:30 de la mañana.

 

Un grupo de adolescentes turcos rompen el silencio que suele reinar en el transporte público de esta ciudad mientras el resto de pasajeros dormitan renunciando (excepcionalmente) a reclamar ese silencio que tanto aprecian.

 

Una escena cotidianasi no fuese por un detalle algo espeluznante: los chicos no están hablando entre ellos. Conversan con otros adolescentes que, en algún lugar de la ciudad hacen idem de idem.

 

La tecnología ha anulado las distancias y las mentes impresionables de estos adolescentes confian en que sus arbitrarios interlocutores les ayuden a nivelar sus frágiles autoestimas haciéndoles parecer más interesantes. Y es que aunque no lo parezca estos chicos están hablando entre ellos, aunque el mensaje sea un metamensaje que dice: no os necesito.

 



 

Y como el interlocutor es intercambiable el medio poco a poco se va conviertiendo en el fin.

 



 

"...el teléfono se volvió el consuelo de la soledad en que habitaban, como también a los desesperados que querían dejar el sucio mundo les mostraba la luz donde brillaba todavía la última esperanza"

 



 

Decía Walter Benjamin y hoy hay algunos que piensan que efectivamente el teléfono ha acabado con la soledad. Que gracias a la tecnología ya no hay obstaculos para la comunicación.

 



 

Pero aunque nos empeñemos en no verlas, las barreras siguen ahí, solo que ahora no están en la distancia sino en la cercania.

 



 

Las barreras modernas aparecen en la intimidad.

 



 

Y lo cierto es que ninguno de los aparatos que hemos inventado ha conseguido reducir la soledad sino más bien al contrario; nunca en la historia de la humanidad había habido tanta gente viviendo (y muriendo) completamente sola.

 

Decía Oskar Wilde que todos nuestros intentos bienintencionados de remediar los males no solo son en vano sino que acaban formando parte constitucional de estos. Y aportando nuevos problemas, pues en el fondo nada cambia, solo se complica.

 



 

Y es esta complicación el mayor logro de la tecnología.

 



 

Pero nuestra tecnología es tan refinada que no solo complica la comunicación sino que consigue que lleguemos a pensar lo contrario; que la facilita, que la hace posible, que es gracias a ella que podemos comunicarnos. Con los que no están, se sobrentiende aunque...¿no es la propia tecnología la que ha llevado a que no estén?

 

Y... ¿que pasa cuando están?

 

Según John Gray el criterio con el que medimos el progreso ha dejado de ser moral pasando a ser meramente físico. Y hemos terminado creyendo que progreso, complejidad y mejora son poco menos que sinónimos.

 

 

Pero que esto no es así, que complejidad y optimización no van necesariamente unidos, nos lo muestran los autistas. Los cerebros de los niños autistas se caracterizan por una mayor complejidad en el cableado sináptico. Esto les dota de una mayor capacidad perceptiva cuyo resultado no es eficiencia sino por el contrario: abrumación y parálisis. Sobre todo en el ámbito de las relaciones humanas.

 

También en las sociedades encontramos abrumación y parálisis (en las relaciones humanas), en una directamente proporcional al grado de tecnologización. Pues la tecnología no deja de progresar y nosotros nos vemos abocados a hacer uso de ella, menos por necesidad que porque esta ahí, porque podemos.

 

El medio se ha convertido en el fin y paradojicamente, a medida que aumentan las posibilidades (y salvando excepciones) disminuye nuestra libertad.

 

 

Pues la libertad siempre ha sido, y hoy más que nunca, la libertad de decir que no.

 

No a nuestros instintos, a nuestros impulsos, a nuestros opresores.

 

 

Pero cada vez son más los estímulos a los que habría que oponerse y ya estamos cansados de rsistencia.

 

Nos hemos rendido a la tecnología depositando en ella nuestra fe y responsabilidad, y hemos acabado cuestionando la libertad humana, inaugurando así uno de los debates más absurdos de la historia de las neurociencias. El legendario, aunque ya muy detractado experimento de Libet, vino a concluir que gracias a la tecnología, que permitió hacer las mediciones oportunas, hoy sabemos que la libertad, el libre albedrio, es una ilusión de nuestro cerebro.

 

Que es el cerebro, y no nosotros, el que decide cuando movemos el dedo (variable con la que se mide la libertad en este experimento).

 

 

Hubiese habido una forma muy sencilla de demostrar lo absurdo de la premisa de Libet: negarse a mover el dedo. Decir que no. Pero como esto no se le ocurrió a ninguno de los (obedientes) participantes los científicos sacaron sus conclusiones (las conclusiones de los cientificos se basan siempre en hechos).

 

 

El hombre ya no es libre, ya no es ese animal que dice no. Ahora dice si. Si a la tecnología.

 

 

Y esta aquiescencia ha materializado una de las peores pesadillas de los conspiranoicos. La del chip en el cerebro.

 

Y no iban mal encaminados pero no advirtieron dos cosas. La primera que el chip no iba a estar en el cerebro sino en la mano y la segunda: que lo ibamos a recibir con entusiasmo.

 



 

Los smartphones son hoy por hoy un anexo de nuestro cerebro, para algunos el más importante.

 

El que si lo vio venir, ya hacia mil novecientos, fue W. Benajmin, "padecía impotente que esa voz me quitara por completo la consciencia del tiempo, del deber y de mis propósitos, anulando mi capacidad de reflexión; y, al igual que un médium sigue al punto la voz que va adueñándose de él desde afuera, me entregaba sin resistencia alguna a la primera proposición que me llegaba través del teléfono". (Infancia en Berlín hacía mil novecientos, W. Benjamin)

 

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Comentarios: 1
  • #1

    Ramón (lunes, 26 noviembre 2018 19:26)

    Interesante tema. Adviertes algo sobre tomar "el medio por el fin". A medida que he ido viviendo, he tenido que reflexionar sobre la frase de Mc Luhan "el mensaje (fin) es el medio" y sus más de una única derivada. He considerado que reflexionar sobre el fin (o finalidad) de algo es un buen principio. Lo que dices del mensaje que transmite el metalenguaje ("no os necesito"), me parece aproximadamente lo mismo que considerar que los interlocutores (los adolescentes que van cada uno con su móvil) están (presentes), pero, no son (interlocutores) porque cada uno está con su aparato. Lo que dices de que, en el fondo, "nada cambia, solo se complica, no lo comparto por el uso del absoluto (nada) y por dar a entender que, la complicación no es un cambio. Parafraseando al filósofo que dijo algo sobre el "cambio" (Heraclito), ¿podríamos decir: "todo fluye (cambia) pero nada me influye (me hace cambiar)? Sí que considero que, "progreso, complejidad y mejora" no pueden considerarse como sinónimos, pero por mi inclinación (sesgada) por las teorías de la complejidad, y aunque no sean relaciones bidireccionales las que se establecen entre la complejidad y los otros dos conceptos, si que considero que, los progresos y las mejoras, implican algo de complicidad, aunque, a veces, lo complicado consiste en simplificar. Me ha hecho gracia lo de calificar de "nuestra tecnología", ya que, poseer aparatos con tecnología para la información y/o comunicación, por haberla comprado, no supone haberla comprendido. No somos como los primitivos que se fabricaban sus utensilios. Nosotros hoy tenemos muchos electrodomésticos, pero no somos los que los hemos domesticado (elaborado) sino que la mayoría estamos siendo domesticados por ellos. El ejemplo que mencionas del autismo como ejemplo de "cableado sináptico", un electricista no lo aceptaría, ya que cablear no es tampoco sinónimo de conectar cables sin más ni más. La primera avería eléctrica que tuve que reparar en una máquina compleja de la firma KUKA resultó ser un "cableado" producido por una rata que se comió los aislamientos de los cables (equivalente a alguna de las funciones de las vainas de mielina de las neuronas). Interesante me parece también la reflexión sobre la libertad y el decir "que no". He pensado desde hace tiempo que el "autocontrol" ha de vérselas, no solo con: 1-Hacer lo que me gusta, y 2-No hacer lo que no me gusta, sino también, 3-Hacer cosas que no me gustan y 4-No hacer cosas que me gustan (y no por masoquismo). Gracias por hacerme pensar. Las personas que son sugestivas y deslumbrantes, suelen sujetar y deslumbrar con el peligro correspondiente para conducirse uno por la vida, mientras que las sugerentes, pienso que contribuyen más a liberar, y no solo por negar. ¿O no?