Conspiración; locura o cordura?

"La verdad es lo único que nadie cree" Bernard Shaw

 

El 21 de Noviembre tuvo lugar otro de nuestros míticos debates sobre temas eternos y actuales. Esta vez hablamos de la conspiración.

 

Guiaron la charla la psicóloga Georgia Ribes y el germanista Juan Pedro Ledesma.

 

Una pareja de humoristas se burlaba el otro día de esos conspiranoicos que temen que el gobierno controle sus pensamientos a través de mágicos y electromagnéticos procedimientos. Paralelamente, un archiconocido, omnipresente e influente presentador contribuía con su granito de arena al escarnio de un cantante caido en deshonra en los últimos tiempos.

 

Satisfechos con sus propias bromas parecía escaparseles un detalle y es que los gobiernos, si no controlan, al menos influyen fuertemente en nuestros pensamientos a través de un medio mucho más prosaico: los medios.

El mero hecho de que ellos -y también nosotros- estemos aquí hablando de la conspiración está directamente relacionado con que se haya hecho del tema actualidad.

La tendeciosidad con la que se esta tratando el tema oficialmente, pareciera que la única postura posible fuese la burla y el escarnio, nos llevó a plantearnos que sería interesante abordar el tema ahondando en las raices psicológicas y sociales de este fenómeno. Aun a riesgo de ser incluidos en el pac. 

 

Cuando digo de alguien que es conspiranoico implicitamente le estoy tachando de loco/ignorante y, consciente o inconscientemente, me estoy situando a mi en un  plano moral y/o intelectualmente superior desde el cual me permito juzgarlos con condescendencia. Al menos esto último, es cuestionable.

 

Antes de empezar a debatir y teniendo en cuenta que la semántica es una de las principales fuentes de confusión consideramos necesario aclarar algunos términos: conspirar es aliarse secretamente contra alguien o algo mientras que conspiranoia, es un neologismo compuesto por conspiración y paranoia (que vendría a ser una sospecha infundada). Se llama teorías conspirativas a algunas teorías alternativas a las oficiales que explican un acontecimiento o una cadena de acontecimientos a través de la acción secreta de grupos poderosos, que en el fondo tienen intereses contrarios a los que abiertamente defienden.

 

En todos estos casos existe una sospecha o certeza, de que alguien que tiene poder sobre nosotros puede estar utilizándolo con fines que no corresponden a su discurso. Es decir; tanto el que conspira como el conspiranoico dudan de la veracidad y de la buena intención de las teorías/acciones oficiales.

Cuando nos reimos o nos sorprendemos de las teorías conspirativas solemos centrarnos en la paranoia "influyen nuestros pensamientos a traves de ondas electromagnéticas" y a ignorar "la duda de que los intereses de los poderosos tengan los fines que nos dicen que tienen", que si nos paramos a pensar no es tan descabellada. La segunda parte de la palabra invalida la primera y la conspiranoia se relaciona entonces directamente con la paranoia y con el delirio. Con la enfermedad mental.

 

Y al enfermo no hay que tomarle en serio ni intentar entenderle.

 

Pero, nos hemos parado a pensar ¿Porqué no le vemos sentido a la conspiranoia?

 

Hagamos una breve incursión en la historia de la psiquiatría.

 

Karl Jaspers, un influyente psiquiatra y filósofo alemán, apuntaba a la necesidad de aplicar la distinción entre comprender y explicar a los fenómenos psiquiátricos.  

 

Comprender es hacer inteligible la conducta por los motivos, explicar es intentar desvelar las causas y los mecanismos. Así por ejemplo, si te doy una bofetada, las causas y los mecanismos de que tu cara se sonroje son obvios y visibles pero no así los motivos.

 

Jaspers afirmó entonces que algunos delirios eran incomprensibles y unicamente explicables por sus mecanismos, por ejemplo por un fallo cerebral. Es decir, estos tendrían causas pero no motivos así que no tenia sentido intentar descifrarlos.

 

Jaspers no negó el sentido a todos los delirios, pero como suele ocurrir siempre, su distinción fue simplificada y generalizada y desde entonces la mayoría de los psiquiatras e incluso psicólogos niegan el sentido a todos los delirios, a menudo porque ellos no han aprendido (ni se les han enseñado) a interpretarlos. 

 

Hoy hacemos algo similar con los conspiranoico; primero los tachamos de locos o ignorantes, explicando así sus delirios (el loco dice locuras) que ya no tendremos que comprender. Después nos reimos nerviosamente, como bien apuntó un participante, como si quisieramos remarcar la distancia entre ellos y nosotros.

 

Y cuando algo no tiene sentido el único remedio es erradicarlo. En psiquiatría esto se suele hacer hoy con medicamentos, antaño con métodos más radicales.

 

Previo al tratamiento es la inclusión dentro del sinsentido.

 

Si hacemos una analogia entre esquizofrenia paranoide o el delirante y la conspiranoia, también a estos últimos se les considerara "enfermos" arrancándoles de este modo cualquier credibilidad y haciendo así, de una manera efectiva, inocua su crítica. 

 

En el caso de los delirios el poder de definición lo tiene la psiquiatría. Desde su paradigma ella sentencia la verdad, qué tiene sentido comprender y que no. En la sociedad no es de otro modo, son los poderes del momento los que deciden quién está conspirando.

 

Y es que la verdad social es relativa y depende directamente de quién la sostenga, y, cuando una teoría es sostenida por las instituciones que tienen el poder en un determinado momento histórico o por una mayoría deja automáticamente de ser considerada conspiración o conspiranoias para pasar a convertirse en realidad social, que puede hacer necesarias determinadas acciones. Por ejemplo la de censurar al que la crítica. En la historia tenemos varios ejemplos de este mecanismo.

 

Solo a posteriori y a condición de haber sido condenadas por el poder dominante, pasarán a ser consideradas históricamente conspiraciones o conspiranoias.

 

Así que, como resumía un you tuber; puesto a creer alguna chorrada, creete al menos la que sostiene la mayoría así al menos conservaras tu cordura.

El  dogma de que los delirios no tienen sentido fue cuestionado por un grupo de terapeutas en los años 50/60. Fue al comenzar a ver a los pacientes (esquizofrénicos) en su contexto (familias) cuando ciertos pensamientos delirantes comenzaron a hacerse comprensibles.

 

De pronto, analizadas en su contexto, también las psicosis cobraban sentido. 

 

Detrás de una paranoia o un pensamiento conspiranoico, uno muy común es la sensación de ser controlado o manipulado, solía haber una situación que lo hacia comprensible como por ejemplo unos padres excesivamente intrusivos, preocupados o controladores.

El paciente, incapaz de cuestionar a sus padres (esto es un tabu y existe aquí una barrera psicológica fuerte) pero necesitado de una explicación para sus sensaciones, generaba una explicación alternativa que daba coherencia a sus emociones; la conspiranoia, "extraterrestres controlan mis pensamientos".

 

Desde fuera nadie comprendía esto  y por consiguiente se le consideraba un loco. 

 

La narrativa loca del deliro cumplía dos funciones para el afectado: protegía a los padres y daba coherencia a sus sensaciones. (Recordemos que los pensamientos están subordinados a los sentimientos y no viceversa.)

 

Cuando los reptilianos dudan de la bondad del estado y transforman a los poderosos en reptiles están protegiendo a los humanos pues piensan; un humano no puede ser tan perverso ergo tienen que ser extraterrestres.

Las personas que piensan analogicamente (los locos suelen hacerlo, pero también los artistas o los -verdaderos y escasos- científicos) perciben realidades que el pensamiento racionalista, lineal y secuencial no es capaz de percibir.

Recordemos a los humoristas que cegados por el sinsentido de la paranoia e incapaces de hacer analogias se rien de los conspiranoicos y no perciben ninguna influencia externa en el hecho de que ellos mismos esten hablando recurrentemente del tema "de moda" de un modo muy concreto.


Génesis de la conspiración

 

En el principio estaba la frustración. Los seres humanos nacemos dependientes del Otro. Somos la especie que más tiempo va a depender del cuidado de su grupo (empezando por los padres) para poder subrevivir. Unos cuatro cinco años mínimo dependemos de nuestros padres o cuidadores para la mera supervivencia y solo a partir de la adolescencia una persona podría valerse relativamente por si misma.

 

Esta dependencia significa que nacemos con una tendencia a la fe ciega en el adulto del que dependemos. Esta fe ciega nos permite delegar en nuestros padres y reducir así la complejidad del mundo, que de otro modo nos sobrepasaría haciendonos sentir en peligro. De adultos no somos tan distintos; ahora depositamos la fe en las instituciones, el sistema etc..para reducir la complejidad y lidiar con la incertidumbre.  

 

Pero la frustración, la decepción es inevitable ya que, por muy perfectos que pretendan ser nuestros padres, no es posible satisfacer todos nuestros deseos o necesidades. Mientras todo suceda en un marco más o menos congruente y nuestros padres sean suficientemente comprensibles para nosotros todo irá mas o menos bien, es decir mientras el mundo exterior sea suficientemente coherente para que sigamos creyendo en él, seguiremos teniendo fe pues como he dicho nuestra tendencia es a la fe que no a la duda.

 

La duda es un accidente, una patada que da comienzo al pensamiento como decia Celine.

 

En la infancia la duda sobre la bondad de los padres es practicamente imposible. En la practica clínica es curioso observar que es prácticamente imposible que un niño piense mal de sus padres; sabe que su vida depende de ellos. Los defenderá a muerte y antes negará sus propias percepciones y sentimientos estrujándose el cerebro para buscar teorías que expliquen lo inexplicable que se le pasará por la cabeza pensar que los padres quieren hacerles daño o, como suele ser, que le están haciendo daño sin querer. 

 

Esto significa: nacemos con una tendencia a la fe en la instancia superior de la que dependemos lo cual explica el éxito de religiones y nuestra querencia a confiar en las instituciones basadas en el poder de unos pocos y a someternos a él.

 

Ahora bien, el niño (y el adulto)  tiene siempre dos vias de percepción; una consciente (que es la que defenderá a sus padres a muerte y que selecciona la narrativa que será su discurso) y otra inconsciente (que registra exactamente todo lo que le sucede para, en caso de que sea necesario salvar su vida en el último momento). Si la brecha entre lo que necesitamos y queremos creer y lo que realmente está sucediendo es demasiado grande se generará la duda, la sospecha

 

Como decía Castilla del Pino "la posibilidad de ser engañado y, posteriormente, la de engañar son algunos de los grandes descubrimientos que el niño hace en etapas primarias del desarrollo y que moldearán su actitud básica de desconfianza en la interacción con los demás. Confiado hasta un determinado punto, desconfiado, incluso  suspicaz (desonfiado de todos), serán actitudes que presidirán sus futuras interacciones." Hablamos de alguien suspicaz cuando tiende a sospechar de todo, cuando tiene una teoría sistematizada que le lleva a dudar de las buenas intenciones de la gente, los estados etc...

 

En el polo opuesto del suspicaz está el crédulo, que se fia de todo el mundo y de todo. A veces porque la brecha entre lo que debería haber sido y lo que fue no era muy grande pero por regla general  por miedo a las consecuencias que tendría su sospecha sobre el mundo y lo que esto significaría para él. Y es que todo se vuelve más complejo cuando dudamos. Y una mayor responsabilidad (la de pensar) recae sobre nosotros.

 

La mayoría de las personas llegadas a un determinado momento de su vida dudan, pero en la mayoría de las ocasiones no soportan la idea de ser consecuentes con sus dudas por miedo a lo que esto supone y entonces lo que suelen hacer es ignorar la duda y hacer como si creyesen o, cuando esto no les es posible, inventan una realidad alternativa, que si es muy descabellada y poco comprensible desde afuera se la llamará conspiranoia o locura.

Sostener la duda nos permitiría tener una actitud abierta ante la vida, pero nos restaría seguridad. 

 

Empezariamos a ver cosas que no funcionan como deberían pero ante las cuales estamos impotentes. Al igual que lo estabamos con nuestros padres de pequeños. Desde el punto de vista pragmático, esto no tiene sentido, porque vemos pero no podemos hacer nada y el hombre es pragmático y no científico -ni siquiera la mayoría de los llamados científicos lo son. Por eso muchas personas "deciden" no ver aquello contra lo que nada pueden. Y en contra de las recomendaciones de Aute, detienen su pensamiento. 

 

Ni el conspiranoico/loco ni el filósofo/artista/científico pueden hacerlo, su duda es demasiado grande. Pero cada uno lo resuelve a su modo. El conspiranoico se adhiere a una teoría alternativa, el loco inventa una personal y el filósofo seguirá dudando y navegando en la incertidumbre.

 

Y si existe algún derecho que nadie debería quitarnos es este: el derecho a dudar. El derecho a dudar no puede estar condenado. Si lo está, entonces no existe el pensamiento crítico sino la censura, por muchos eufemismos que inventemos.

El conspiranoico y el crédulo que se comporta como un ciudadano ideal se parecen en que ambos necesitan certezas, el primero alternativas, el segundo oficiales. Se diferencia de ellos el que piensa criticamente, la figura mas escasa socialmente.

Y lo que impide al ciudadano ideal y al conspiranoico renunciar a la fe en una teoría es el miedo. Miedo a la autoridad y miedo a la duda que llevan al ciudadano ideal a obedecer y pueden llevar al conspiranoico a inventarse otra realidad y someterse a ella.

 

Dicho esto solo queda añadir que antes de reirnos del conspiranoico nos planteemos si no será nuestro propio cerebro el que ha sido manipulado. Como en pocas palabras le dijo Alaska a Broncano.


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