La familia, la identidad y el amor

"Sobre los individuos y sobre las familias hay siempre dos versiones: la leyenda épica y la verdad". L. Panero

 

En la película el Desencanto vemos como tres hijos, a la muerte del padre, desvelan sistemáticamente la verdad de una familia, los Panero, confrontando al espectador con un axioma del que siempre partimos: el del amor incondicional de los padres. 

 

EL Desencanto cuestiona ese tabú y habla de lo indecible y es únicamente el talento narrativo de los protagonistas el que proporcionan la distancia mínima necesaria para hacer soportable el terrible relato de tres hijos que no se sintieron amados. 

 

Todas las familias construyen una leyenda épica apoyandose en este axioma (el del amor incondicional de padres a hijos) y extendiendo un manto sobre aquello que Leopoldo Panero llama la verdad, que no es otra cosa que lo verdaderamente vivido, que es individual y nunca coincide con la leyenda épica.

 

Existe entre los miembros de toda familia un acuerdo tácito que les impele a creer en esta narración de modo que el vínculo sagrado entre sus miembros pueda sostenerse. Dentro de esta narrativa a cada cual debe desempeñar su rol. Dejar de creer en la leyenda familiar suele significar, soledad, rechazo e incluso locura.  Y sin embargo a menudo hay al menos un miembro que no consigue creer. 

 

Aquellos que como yo pasaron muchos domingos de su infancia en misa recordarán una historia por la que los sacerdotes, al menos el de mi pueblo, parecían tener predilección: La parábola del hijo pródigo.

 

La parábola del hijo pródigo es una de las tres parábolas llamadas de la misericordia o de la alegría.

 

Es la historia del hijo que abandona el hogar para enfrentarse a un mundo hostil y después de haber dilapidado sus recursos vuelve a casa donde es recibido con los brazos abiertos.

 

La parábola hace hincapié en la misericordia de Dios (padre) hacia los pecadores arrepentidos y su alegría ante la conversión de los descarriados. Esto ha llevado a muchos teólogos a pensar que el nombre de la parábola debería ser “el padre misericordioso” o “parábola del amor del padre”.

 

Y en efecto, el foco de la parábola no está en el hijo joven y rebelde sino en el misericordioso padre que perdona.

 

La vuelta de la oveja descarriada al redil se presenta como una fatalidad.

En su única novela, fuertemente autobiográfica, "Los apuntes de Malte Lauren Brigge", Rilke propone una reinterpretación de la parábola del hijo pródigo, esta vez desde el (sacrílego) punto de vista del hijo que se marchó.

 

Este libro nos ayuda además a entender la idea que Rilke tiene del amor y que encontramos en muchos de sus poemas. A través de esta reinterpretación de la parábola entendemos porque el amor en Rilke nunca parece ir dirigido a una persona concreta, y es por ello que, al menos el Rilke literario, se propuso no amar para no "poner a nadie en el aprieto de ser amado".

 

Y es que el amor para Malte/Rilke es un gran malentendido que implica además el sacrificio de la identidad, carga al amado con las expectativas del amante que son, además, imposibles de cumplir.

 

Esta idea del amor emerge directamente (la filosofía, incluso la poesia, es previamente vivencia) de su experiencia de ser amado durante el tiempo que tuvo que pasar con esa gente que "el abuelo llamaba la famlia".

 

El amor que Malte/Rilke recibió fue un amor nunca dirigido a él y que ya comenzó mal, con una madre incapaz de diferenciarlo de su hermana muerta.

 

Incomprendido desde el principio Malte/Rilke empieza a experimentar las virtudes de sus juegos en soledad, únicos momentos en los que puede fantasear con diferentes identidades, de las que además se puede desprender con total impunidad.

 

La soledad acaba siendo para Malte/Rilke la única posibilidad de Ser.

Por eso se marcha.

 

Se marcha y Rilke ve en ese acto de marchar la fuerza de todos los jóvenes, una fuerza que se nutre del hecho de no ser hijo de nadie y que es, en definitiva, la fuerza de todos los jóvenes que se van.

 

(Una interpretación interesante para todos aquellos que se fueron).

 

Rilke/Malte está incapacitado para amar a otra persona pues ve en ello el sacrificio necesario de la identidad. Porque así es como él lo vivió. Después de un breve episodio con su tía Abelone se decidirá conscientemente por dirigir su amor a un Dios incapaz de decepcionarle y que guardará siempre silencio.

 

Un silencio que parece ser para Rilke la única posibilidad de que se dé el amor. 

 

Hoy que las Apps se han apropiado de un concepto tan complejo y necesario como el del amor, explotándolo sin escrúpulos, confundiéndonos e impidiéndonos al menos intentar aprender a amar, deberiamos recordar a Rilke que se preguntaba si es posible que cuando decimos amor, o como dice Rilke, Dios, haya gente que piense que esto puede ser algo común.


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