Mejores que ayer, peores que mañana

"Mantienes la palabra.

Pero ¿qué dijiste?

Eres sincero, das tu opinión.

¿Qué opinión?

Eres valiente.

¿Contra quién?

Eres sabio.

¿Para quién?

No persigues tu beneficio personal.

¿Qué persigues entonces?"

B. Brecht. La pregunta sobre el bien 

 

Que ibamos a ser mejores personas fue una de las frases más repetidas al principio de la pandemia. Más solidarios, más conscientes, más ecológicos, más tolerantes. Todo lo bueno que ya teniamos, pero un poco más.

Ahora que ha pasado un tiempo prudencial podriamos dedicarle unos minutos a reflexionar sobre esta profecia.

¿Qué efecto ha tenido en nosotros la campaña educativa con la que se nos ha estado machacando desde todos los ángulos?

¿Somos hoy, año y medio después de que empezara todo esto, mejores personas?

¿Qué es ser buena persona?

 

Comencemos con una de las teorías psicológica del desarrollo moral más conocidas, la de Kohlberg. Este distinguía seis estadios que subdividia en tres etapas; la preconvencional, convencional y posconvencional (más tarde revisó sus teorías y postuló la existencia de un séptimo estadio pero como era inalcanzable no hablaremos de él).

 

El estadio preconvencional es propio de los niños. Estos regulan sus comportamiento a través de controles externos. Su "buen" comportamiento es fruto de dos motivaciones básicas: el miedo al castigo y la búsqueda de recompensa. Todavía no están maduros para reflexionar y no han interiorizado las normas de la sociedad, así que más no se les puede pedir. 

 

En el estadio convencional la persona se orienta en base a lo "socialmente esperado". A través de la aceptación de las normas de su comunidad obtiene el reconocimiento de sus congéneres y se integra en la sociedad.

Y por último el estadio posconvencional, al cual, según Kohlberg, la mayoría no llegarían nunca. En este estadio la persona es capaz de distanciarse de las normas de su comunidad y orientarse en base a principios morales universales, éticos y que incluso pueden entrar en contradicción con las normas de su comunidad.

Este modelo ha sido criticado desde diferentes frentes. Desde la perspectiva de género se planteó la cuestión de posibles diferencias morales a favor de la mujer (como no podía ser de otro modo) pero los estudios que se hicieron al respecto no pudieron mostrar tales diferencias; no parece que haya un género más bueno que otro.

Más interesante es la crítica al cognitivismo, el hecho de que deje a un lado emociones y motivaciones. Así por ejemplo, no contempla el efecto que pueden tener las pasiones sobre la moral.

 

Platón ya decía que el eros ponía en peligro el orden social por lo cual se hacía necesario domesticarlo. A esto se refería también Robert Musil cuando dijo aquello de que "el amor es una rebelión de los amantes contra la sociedad". Me pregunto si el poliamor será la forma moderna de domesticar el amor, pero esta es otra historia y debera se contada en otra ocasión.

Y si el eros es una amenaza para el comportamiento "moral" el miedo lo es todavía más. El miedo a la autoridad y al juicio social desfavorable provoca en el ser humano el abandono inmediato de toda moral, la desconexión de las instancias cerebrales pensantes y el sometimiento al poder (o a la opinión dominante).

 

El miedo nos hace descender al subsuelo de la moral. Esto lo ha demostrado la historia repetidas veces (y también la actualidad). El colofón que en este sentido fue el Holocausto planteó la pregunta que motivó los experimentos de MIlgram y Stanfort:

¿cómo pudo ocurrir?, ¿cómo pudimos ser tan malos?

 

Estos ya clásicos experimentos vinieron a demostrar lo que ya se había visto fuera del laboratorio: que la mayoría de los seres humanos sucumben al miedo a la autoridad y llegan incluso a convertirse en asesinos torturadores.

Hannah Arend, que analizó implacablemente este tema, dijo una frase que nunca deberíamos olvidar: nadie tiene derecho a obedecer. 

 

 

Y tampoco la inteligencia nos hace mejores personas.

 

Kant, al cual la ley moral en el hombre le hacía estremecerse, pretendió reducirla a un imperativo (categórico): "Actua de modo que puedas elevar tus actos a ley moral universal"

Parece que Kant fue presa de la misma confusión que más adelante Kohlberg y hoy la mayoría de nosotros: confundir la esfera de las palabras con la de los actos. También a Kant le llovieron críticas, las más interesantes de las cuales son las de Nietzsche, filósofo dionisíaco y por ello gran enemigo del racionalista. Según Nietzsche alguien que pretendía que su ley moral fuese válida para todo el mundo, tenía que ser alguien que no se conocía nada. Solo alguien asi podía ser tan arrogante y pretender universalidad.

 

Por otra parte, la existencia del masoquismo ya pone al imperativo en graves apuros.

 

Y además, ¿quién me asegura que siendo bueno los demás van a ser buenos conmigo? ¿que pruebas tengo de que los demás van a aplicar el imperativo categórico conmigo? No hay ningún motivo lógico -y mucho menos humano- que nos asegure esto. Y la existencia del poder anula la reciprocidad porque este puede hacer a los demás cosas que ellos no le pueden hacer a él.

 

Resumiendo: el imperativo categórico cae por su propio peso.

 

Volvamos a la diferencia entre la esfera de las palabras y la de los actos pues es especialmente interesante. Musil decía que el lenguaje sirve para ocultar el pensamiento y este para justificar lo injustificable. Y efectivamente; gracias al lenguaje podemos disociar el comportamiento del discurso y efectivamente hoy nuestro discurso es más tolerante, más solidario y más responsable que nunca (si no fuera porque existe Twiter...). Pero cuando apago los dispositivos....

 

Otra forma de justificar nuestro comportamiento amoral es dividiendo a la humanidad en dos y colocándome yo del lado de los buenos. Podríamos decir que hoy si soy mujer, progresista y feminista caigo automáticamente de ese lado y en él casi todo me esta permitido.

 

O sea que en la esfera de la palabra, que es tambien la de la tecnología, me muevo siempre en estadios muy altos de la moral, en el de los actos otro gallo canta pero...a quién le importan lo actos si la vida se desarrolla ya en un mundo virtual al que puedo entrar y salir con un clic.

 

Nos dicen que una buena persona es aquella que deja sus intereses a un lado y se sacrifica por el bien común.

 

Pero ¿quién me puede asegurar que el bien común no es el bien de unos pocos privilegiados (sobre todo viendo el aumento imparable de las desigualdades sociales y el enriquecimiento obsceno de unos pocos)? y ¿quién tiene la potestad (y la arrogancia) de definir qué es el bien común? o ¿qué pasa cuando la sociedad esta pervertida, como ha sucedido tantas veces en el pasado, y obedecer es hacer el mal? 

 

Kohlberg, Kant y todos los optimistas (o deberíamos de decir anestesistas) que afirman que somos cada vez mejores personas ignoran sistemáticamente el lado oscuro del ser humano. Y esto hace que Rimbaud acertase para siempre cuando dijo aquello de que "qué es mi nada comparado con el estupor que les espera a ustedes". Al final de cada ciclo histórico el ser humano siempre se da de bruces con el mismo estupor y se pregunta cómo pudo suceder. 

Aunque bien mirado en la mayoría de los casos ni siquiera aparece el estupor, ni la autocritica, tiramos palante como los de Alicante, con nuevos proyectos tecnológicos y la memoria ya se encarga lavar nuestras conciencias.

Otra pregunta que yo me hago últimamente es que si somos tan buenos y tan mejores ¿a qué se deberá esta avalancha de depresiones? y ¿porqué porque los suicidios van aumentando al ritmo del progreso? 

 

No hay más misterio que éste; el ser humano es egoista por naturaleza y altruista por necesidad, pues todo gira alrededor de su propia supervivencia, la real y la social. Y hoy, que en la sociedad occidental no es tanto nuestra vida sino nuestra imagen la que debe sobrevivir, necesitamos más que nunca aparentar buenos sentimientos y es por eso que constantemente se nos llena la boca de grandes palabras. 

 

Ser altruistas se ha vuelto menos importante y por ello somos tan indolentescon el dolor real pues una de las bondades de la tecnología es que me transmiten la sensación de que no necesito al otro. Con un clic lo puedo tener todo. Y al otro, al real, lo quiero cada vez más lejos. Y la comunidad la he reducido a mis seguidores.

Dejemos ya de engañarnos, no tenemos comunidad y la solidaridad requiere presencia y para la presencia hay cada vez más obstáculos.

Freud decía que no hay cambio sin (auto)vergüenza y podriamos comenzar reflexionando sobre la frase de Celine"a mi la moral de la humanidad me la trae floja; como a todo el mundo, por otra parte".

 

Dejemonos de solemnidades y de fingir sentimientos imposibles que no tenemos, ni podemos tener, y comencemos a ser conscientes de los que sí tenemos (aunque no nos gusten) antes de que sea demasiado tarde. Y preguntémonos si estamos en condiciones de tirar la primera piedra.

 

Kierkegaard daba uno de mis consejos favoritos: Arreglate tú, es lo mejor que puedes hacer por los demás. Este es el verdadero imperativo categórico. Arreglate tú y deja al otro en paz pues probablemente sabe mejor que tú lo que le conviene.


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