El mundo de ayer

-Hasta hace dos semanas teniamos la sensación de que el mundo estaba en orden (Comenzaba una entrevista a Theodor Adorno, filósofo de la escuela de Francfurt. Corria el año 1969.)

-Yo no, contestó este lapidario. 

 

Me pregunto si ha pasado suficiente tiempo desde aquel marzo del 2020 para poder escribir esta reflexión que emerge de una mezcla de sentimientos que van desde la nostalgia hasta el temor. Ya por aquellas fechas, en medio del estado de schock, y sin haber tenido tiempo de asimilar lo que nos decían que estaba pasando, comenzó a cursar por los medios un extraño concepto: la "nueva normalidad".

 

La idea no era nueva pero hasta ese entonces la vinculabamos con los conspiranoicos. Y de pronto, todos los periódicos "serios" comenzaban a hablar de ella como de un siguiente paso necesario, nadie entendía muy bien porqué. Me atrevería a decir que la primera recepción fue de rechazo unánime. Intuiamos que nada bueno podía esconderse detrás de ese siniestro concepto.  

 

Siempre que la humanidad ha tenido la sensación de que una era tocaba su fin, se ha postulado - siempre desde arriba- el advenimiento de un nuevo orden, una nueva realidad, un nuevo ser humano etc, etc. De la noche a la mañana el mundo se había vuelto obsoleto y resultaba que la antigua normalidad, esa que habíamos estado viviendo sin planteárnosla mucho, nos había llevado al callejón sin salida del presente, en el que ahora nos tocaba pagar por nuestras faltas.

 

Stefan Zweig, en su fantástico libro, "El mundo de ayer", reflexiona sobre los cambios y transformaciones que sufrió la sociedad europea, desde el principio del fin del imperio austrohúngaro hasta la segunda guerra mundial. A la cual decidió no sobrevivir.

Según Zweig, en la época anterior a la primera gran guerra, las personas no eran capaces de imaginar, ni en sus noches más negras, lo que estaba por venir y menos aún el nivel de crueldad que puede alanzar el ser humano. Este odio "de pais a pais, de pueblo a pueblo, de masa a masa" que comenzaba peligrosamente a tomar forma en la primera década del SXIX, no hubiera podido surgir ni expandirse, según Zweig, sin la colaboración de los medios y de todos aquellos que en aquel momento tomaron la palabra para encender y dirigir a las masas hacia la idea de una guerra inminente y absolutamente necesaria, que les llevaría, como no, a una nueva normalidad en la que todo sería mejor. 

 

Unas pocas décadas después, reflexionaba Zweig, al volver la vista atrás, resultaba imposible encontrar un motivo lógico por el cual aquella guerra hubiese sido necesaria pero por aquel entonces, hasta la panadera sin nociones de geopolítica, que no había abierto un atlas desde sus años escolares, era incapaz de concebir una Austria sin la anexión de un pequeño territorio fronterizo de Bosnia. 

 

La gente parecía haber perdido la cordura. El odio y las ansias de poder, irracional y ajeno, les había invadido, o mejor dicho; se lo había inculcado.

 

"En aquellas primeras semanas de 1914 se volvió imposible sostener una conversación racional. Los más pacíficos, los más bondadosos estaban como embriagados de una sed de sangre. Amigos a los que siempre había tenido por individualistas convencidos, incluso anarquistas, se habían transformado, de la noche a la mañana, en fanáticos patriotas  y de patriotas en insaciables anexionistas. Todas las conversaciones terminaban con el tópico "el que no sabe odiar, tampoco sabe amar". Camaradas, con los que no había tenido ni una discusión desde hacia años, me acusaban burdamente de no ser austriaco, proponiéndome que me fuese a Francia o a Bélgica. Llegaban a insinuar, que puntos de vista como el mio, en esta guerra, deberían ser considerados delito que habría que denunciar a las autoridades, pues los "Defaitistas", esa bonita palabra inventada en Francia (eso de inventar palabras vacias para neutralizar la oposición tampoco es nuevo) era el peor de los delitos."

 

Tuvieron que pasar muchos años (entre medio sus libros fueron prohibidos y el mismo obligado a exiliarse para sobrevivir), muchos crimenes y muchas desgracias, para que la humanidad fuese capaz de reflexionar sobre todos aquellos sucesos. Y me atrevería a decir que la condición necesaria para que esta reflexión (o simulacro de reflexión) y condena fuera posible, fue la derrota, la derrota  y la existencia de un vencedor capaz de emitir juicios con valor histórico. 

Y efectivamente, el mundo de ayer se transformó, y llego una nueva normalidad en la que muchas cosas siguieron siendo igual y otras cambiaron sustancialmente. Se podrían llenar muchas páginas sobre estas transformaciones, pero Zweig lo resume así; "a pesar de todo el progreso en lo social y técnico que este cuarto de año ha traido consigo, no habrá ninguna nación de nuestro pequeño mundo que no se haya empobrecido increiblemente por lo que respecta a sus ganas de vivir y su naturalidad". 

 

Puede que esta frase nos sirva todavía hoy para entender eso que hemos perdido en unos cuantos meses y que tanto nos cuesta poner en palabras.

 

Habrá mucha gente que piense, como pensaban la mayoría entonces, que hemos superado el pasado y progresado moralmente. Y que ya no somos capaces de ciertos crimenes (pensamiento que denota una ceguera total frente a acontecimientos que suceden cada día).

Y ese es posiblemente uno de los motivos por los que no aprendemos de la historia, porque pensamos que nosotros y los de antes, no somos los mismos. Que en el pasado la gente era bárbara y que de haber estado nosotros allí hubiesemos pertenecido, sin lugar a dudas, al bando de los buenos.  Y nos hubiesemos opuesto a todas las maldades que hoy, en los museos, horrorizados, condenamos unanimemente. 

 

Pero como Zweig analiza, para no colaborar en aquella locura el individuo debía enfrentarse a la masa dominante y poderosa. Y poner su vida en peligro. Y no fue esto lo que pasó sino que; "todos se pusieron a colaborar"; el médico promocionaba sus prótesis con tanto entusiasmo que uno casi tenía ganas de ser mutilado, el poeta rimaba guerra con triunfo (Krieg und Sieg), el filósofo, veía de pronto en la guerra un revitalizante de las almas...Detrás de este forzado entusiasmo se escondía una necesidad humana, demasiado humana: la de pertenecer. 

 

Somos muy valientes en épocas de paz.

 

En un ejercicio autoreflexivo podriamos preguntarnos cuando fue la última vez que nos opusimos a una masa dominante, en solitario y en persona, arriesgando algo (y no bailando en una manisfestación).

Y si no encontramos muchos ejemplos, deberíamos permanecer atentos.


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