En el principio eran las neurosis.
El término, hoy en día prácticamente en desuso, fue introducido por William Cullen (1776) para referirse a aquellas enfermedades a las que no se les encontraba una base orgánica. Etimológicamente la palabra viene del griego; νεῦρον nervio y -osis enfermedad; enfermedad nerviosa.
Pues bueno, hace tiempo que este concepto se abandonó, a favor de una pretendida mejor diferenciación de los "trastornos mentales".
Allan Frances, el psiquiatra que se encargó de la redacción del DSM-IV y cuya popularidad a aumentado en los últimos meses por ser el crítico más visible del nuevo manual diagnóstico, el DSM-5, cuenta en su libro "Normal" (una crítica a la contribución de la psiquiatría y la industria farmacéutica a la inflación de las enfermedades psiquiátricas) que cuando era joven pensó en introducir en el DSM_III un trastorno con el que se topaba muy a menudo en su, por aquel entonces, corta trayectoria como psiquiatra.
Lo llamaría: Trastorno masoquista de la personalidad y caracterizaría a personas empeñadas en hacerse a sí mismas la vida difícil e interferir en la consecución de sus propias metas.
Frances hace autocrítica y dice que hoy en día siente alivio al pensar que esta pretensión suya fue deshechada por los expertos de entonces y, aunque no dice por qué, imagino que su alivio se debe a la sensación de no haber contribuído -demasiado- a multiplicar innecesariamente los trastornos mentales.
Pues más o menos el término neurosis ya designaba esto: miedos irracionales e inconscientes generados por conflictos interpersonales. La superación de estos miedos implicaría la toma de conciencia de decepciones y pérdidas pasadas, toma de conciencia que el sujeto se esfuerza activamente en evitar. El miedo excesivo a la tristeza -al duelo- y el esfuerzo por evitarlo acaba provocando los síntomas.
Freud decía que el objetivo de la "Redekur" o psicoanálisis sería transformar los miedos neuróticos en tristezas cotidianas- de las cuales cualquier intento de huir sería vano.
Para Freud las neurosis o histerias se diferenciaban de las psicosis en que la perdida del sentido de la realidad no era total. En la psicosis esta pérdida de realidad era tan obvia que el comportamiento de las personas resultaba absurdo e incomprensible -rara vez peligroso- para el entorno.
Que la diferencia entre ambos conceptos es de grado y no cualitativa parece corroborarlo el hecho de que exista algo así como un trastono de personalidad Borderline.
Una persona con este trastorno se encontraría en la frontera -de ahí su nombre- entre la neurosis y la psicosis, de forma que mostraría síntomas de ambos espectros.
Hasta aquí todo esta más o menos claro.
Hoy en día parece que hemos perdido el control respecto a la proliferación de estos trastornos que van aumentando cómo si de churros se tratasen.
Y es que los psiquiatras están muy especializados y el intercambio científico interdisciplinar es prácticamente inexistente, de modo que cada uno se centra en su campo y descubre nuevos diagnósticos -que luego intentará introducir en el dichoso manual.
Dice Frances que en toda su carrera todavía no se ha encontrado con ningún experto que quiera reducir el número de trastornos existentes.
Y uno se preguntará si estos nuevos trastornos mentales estarán "basado en la evidencia" como tan alegremente se dice hoy en día.
Pues no. No lo están.
¿En que evidencia podrían basarse si, ni los mecanismos que provocan su aparición, ni sus bases fisiológicas y genéticas, ni la influencia de factores psicosociales -estos últimos ni se estudian al no resultar rentables- se conocen?.
El hecho es que se multiplican así como tambien se multiplica la gente que -queriéndolo o sin quererlo- recibe estos diagnósticos. A día de hoy el 50 % de los americanos tiene o ha tenido un trastorno mental y en Europa, con un 40% de la población, no nos quedamos atrás (datos extraídos del libro Normal de Allan Frances, en la que se da la bibliografia correspondiente).
Y, repito, el motivo no es que existan bases fisiológicas, genéticas o psicológicas que justifiquen esta proliferación.
Un motivo puede ser que nos hayamos creído la falacia de que con los nuevos métodos de detección temprana podemos ayudar y llegar a más gente. Esto tampoco es cierto y evidencia de ello es que las esquizofrenias tienen mejor prognóstico en los países subdesarrollados a los que no han llegado -aún- nuestros grandes benefactores: los psicofármacos.
¿Son necesarios los diagnósticos?
Los terapeutas sistémicos hemos aprendido a prescindir de ellos y, aunque es cierto que es interesante conocerlos, hay que saber quitarles importancia. Es importante conocer una lengua, para luego poder hablar sobre ella y en caso que sea necesario, criticarla. Pero lo cierto es que para trabajar con personas, los diagnósticos no son necesarios.
Sacudirse la etiqueta puede ser un gran alivio.
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