La farola

A la neurología (y a la medicina en general) le esta pasando lo mismo que al borracho que buscaba las llaves debajo de la farola, a sabiendas de que no las había perdido allí. Las nuevas y mejoradas técnicas de imaginería cerebral proporcionan fotos cada vez más definidas de nuestro órgano pensante. A los médicos se les llena la boca contando teslas.


Hemos sucumbido a la técnica; las llaves tienen que estar ahí.

La lógica es la misma que la del borracho; a más luz más probabilidad de encontrarlas. Al final tendrán que aparecer.


El borracho tiene a su favor que él al menos sabe que no están allí...solo que esa farola daba tan buena luz!

 

Me sigue obsesionando el destino trágico de aquella niña cuya madre temía que sufriese alguna enfermedad grave. Para cerciorarse de lo contrario la llevaba constantemente al médico. Poco a poco iban apareciendo síntomas; alergias al principio, bronquitis, fiebres... finalmente el primer ataque epiléptico.


Llegó un momento en el que ya no cupo duda: la niña estaba grave.

 

El miedo de la madre aumentaba. Y el de la hija. Quizás, impotente e incapaz de soportar la mirada preocupada de la madre, su cuerpo decidió tomar el relevo.



Los representantes de la salud tambien seguimos estudiando a la niña. En el cerebro hay algo, el electroencefalograma no miente. Sigamos pues,  buscando, no se nos vaya a pasar por alto. Hay que seguir alumbrando y buscando ahí las causas de eso que quizás (solo quizás) nuestra búsqueda esté provocando.

 

Todos esos síntomas justifican con creces el miedo de la madre (que no al revés).

 

Ese chiste viejo del hombre y la farola esta lleno de filosofía. Nos habla de nuestros miedos -a lo nuevo y lo ambiguo- de fetiches, de tabus y sobre todo de nuestra desconfianza crónica hacia el sujeto.


Hemos creado la técnica y la hemos elevado a la categoría de un Dios.



Debajo de la farola el borracho sabe lo que debe hacer.


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