¿Qué cabe esperar de una sociedad -se preguntaba estos días una revista de arte alemana- en la que el honor de ser la escultura mejor pagada de la historia lo ostenta un perro gigante, igual a esos que se hace con globos para entretener a los niños?
Según el profesor de filosofia Byung-Chul en nuestra época digital impera una estética que él denomina la estética de lo liso, lo terso, lo sin cisuras.
No hace falta irse a los quirófanos para comprobarlo, ya que creo que se queda corto al denominarla estética. Este movimiento lo abarca todo es también la ética que abrazamos, la encontramos en todos y cada uno de los estratos de nuestra sociedad.
El "positivismo" es la filosofia -y la actitud- imperante. En la ciencia este positivismo se expresa en un pseudooptimismo grandilocuente que aspira, o eso dice, a conocer la verdad a base de diseccionar estructuras, olvidando inmediatamente después que alguna vez formaron parte de un mismo Todo. El momento de la unificación de estos saberes - única forma legitima de conocimiento- nunca llegará pues ya no le interesa a nadie.
Si nos centramos en la actitud todo esto podría parecernos hasta bien, pues ¿que hay de malo en ser positivos? ¿hay algo más inocuo que el Faceboock? ¿Algo mejor que una cultura del buen rollo, representada por los Likes? Unos likes por lo demás totalmente vaciados de contenido y significado -ya lo dejo claro su fundador, nunca habrá dislikes- hasta un punto grotesco y cuya única función parece ser alimentar unos egos realmente pobres- al menos en apariencia. Y es que la autoestima que se apoya en estos likes es frágil y se sostiene únicamente porque es, el nuestro, un narcisismo interdependiente.
El único problema de esta cultura positivista es que a consecuencia de su obsesión por lo uniforme, lo perfecto, ha ido relegando a la cuneta (quizás siempre lo estuvo, pero la presión nunca fue tan grande) lo único que no puede uniformarse, lo subjetivo, el sujeto al fin.
Lo malo del positivismo es la negación del sujeto.
Lo subjetivo podría definirse actualmente como aquello que ya no importa, lo que ya a nadie le interesa -por desconcertante y porque poco a poco nos vamos quedando sin lenguaje para expresarlo.
El arte -lo subjetivo por antonomasia- ha devenido en un mero intercambio comercial, en una farsa colectiva y el muñeco de Koons, detrás del cual no hay nada, que no significa nada y no deja ningún lugar a la interpretación ha venido -cual mesias- para tranquilizarnos.
Ante el Ballon Dog al menos no es necesario impostar (lo cual no es poco). Ante el Ballon Dog podemos relajarnos y contemplar extasiados nuestro reflejo, que, para que nos vamos a engañar, es lo único que parece preocuparnos.
En el poder redentor del arte ya nadie parece creer. Y es que hemos vendido por menos de nada nuestra alma al Gran Hermano, al fantasma del otro, que se ha ecargado de vaciarnos de pasiones, proyectos o sueños que no interesen a la colectividad.
Ya lo decía Musil; de todas las personalidades que conforman al ser humano (y el enumeraba al menos 8 o 9) renunciamos a la única auténtica, la única capaz de apasionarnos y hacernos gozar. Y lo hacemos sin ningún tipo de resistencia. Por nada.
¿Qué esperar de una sociedad en la que los políticos más votados carecen de discurso, la belleza se parece peligrosamente a la de una muñeca hinchable y las nuevas estrellas pop se caracterizan por no hacer nada (aparte de gritar y gesticular histericamente delante de una cámara?
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