La flexió y su simulacro

Alguien decía que el arte sucede; o sucede o no sucede.

 

A proposito de arte hay un evento que se celebra en Denia desde hace veinte años. Este año, uno de los carteles presentados -ver arriba- desató una pequeña (y rápidamente aplacada) polémica.

 

Se rumorea que fueron unas madres, las que se quejaron, aunque uno quiere resistirse a creer que, que a estas alturas del SXXI, todavía quede alguién que pueda escandalizarse con algo así. Y menos un niño.

 

El cartel debe haber tocado otro tipo de fibra sensible, más intima y personal.

 

Una de las primeras cosas que los bebes aprenden -y de las últimas que los ancianos pierden- es a simular. Los bebes imitan gestos de los adultos aún antes de saber lo que estos significan.

 

A los adultos -ingenuos de nosotros- nos hace gracia. Hemos desaprendido esta gran verdad; que las formas importan más que los contenidos. Pero que lo hayamos desaprendido no quiere decir que hayamos dejado de practicarlo; nos pasamos la vida simulando, interpretando, fingiendo. Es indispensable dominar este arte para sobrevivir en sociedad, de otro modo nos convertiriamos en unos incomprendidos, que es precisamente lo que son los artistas.

 

Una de la premisas de la posmodernidad postulaba que no existe diferencia alguna entre la vida y su simulacro. Y lo que consagró a Warhol o Duchamp fue su capacidad de convencernos de que ellos eran ARTISTAS y que bastaba con que estampasen su firma en un objeto para que éste quedase elevado a la categoría de arte.

 

Extraño es que nos fascine más un bote de tomate o un WC que el proceso por el cual estos objetos cotidianos llegaron a fascinarnos; la mayoría picamos y, ya puestos, antes de admitir que fuimos engañados, preferimos seguir manteniendo la farsa, pues si hay algo peor que ser engañados es admitir que no tenemos ni idea.

 

Que no sabemos que coño es el arte, o peor aun; quizás ni siquiera sabemos lo que es la vida.

 

Pero el arte ha sucedido y algunos de los carteles politicamente correctos y admisibles muestran a un pollo (debe de ser la mascota de la flexió), algunos lo muestran incluso enjaulado (!).

 

Eso es -desde hace ya un tiempo- la flexió (por mucho que se intente mirar a otra parte, aunque esa otra parte sea tan interesante como muestra el polémico cartel); desplazada por las mesas de nuestro Starbucks autóctono, la flexió ha quedado relegada a un pequeño espacio vallado, en una plaza que antaño fue punk y hoy acoge a turistas encantados de poder observar a estos extravagantes pollos, mientras disfrutan - y eso es lo fundamental- de su gambita de Denia a la plancha.