Película cuyo título y temática prometían sufrimiento intenso e innecesario -podría pensar alguien- y resulta ser
una obra maestra imprescindible.
Días después, algunas imagenes implacables siguen resonando en nuestros cerebros, cual flasch backs después de sufrir un trauma.
Y es esta resonancia, precisamente, la prueba de su grandeza.
Que no podemos olvidarla.
El presunto protagonista apenas aparece pues este film no habla de un niño -que aquí es un pretexto- sino de una Ausencia;
la del Amor.
Mientras los padres hacen el amor, el hijo se va congelando.
Con esos padres, que no ven marchitarse a su hijo, preocupados como están con cuestiones más urgentes (la Imagen o el Trabajo) el autor es clemente:
A pesar de todo no conseguimos odiarles.
En la búsqueda de
responsabilidades Zvyagintsev no es reduccionista y hela ahí, de nuevo, su grandeza.
Se suele decir que uno no se da cuenta de que quiere a alguién hasta que lo pierde -o está apunto de perderlo- pero podría ser que fuese más sencillo.
Podría ser que de lo que no nos habíamos percatado es de que, de hecho, no amábamos. Pero que el (no) amado sí percibiese esa ausencia. Sobre todo si es un niño.
Si esto fuese así, al llorar la pérdida -un pretexto- en realidad estaríamos llorando por nuestra incapacidad de amar, nuestra culpa, nuestra soledad.
Decía Celine que hace falta una buena patada para que el ser humano se ponga a pensar. Puede ser que a veces haga falta también una buena patada para que se ponga a sentir.
En todo caso aquí la patada llega tarde.
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Ramón (miércoles, 02 mayo 2018 19:22)
Interesante cuestión que me recuerda esta frase "existen más personas de las que amamos".