El extraño

El ser humano es ese animal que no se acepta.

 

Nuestra capacidad de autocuestionarnos, unido a la ausencia de una guía clara de comportamiento que compense nuestra independencia relativa de los instintos, contribuyen a esta insatisfacción constante.

 

Y creyéndonos en posición de elegir preferimos elevarnos sobre el resto de animales e identificarnos con esa cualidad que nos hace especiales: la razón.

 

Hemos llegado a creer que gracias a ese Don vivimos una ucronia perfecta, es decir una vida que mejora constante, indefinida e ilimitadamente.

 

 

Creyentes en el progreso como Steven Pinker, quieren convencernos de que cada vez somos mejores personas y movimientos tecno-filosóficos como el transhumanismo nos prometen la vida eterna.

 

 

Pues a pesar de la razón seguimos necesitando mitos pues en el fondo nuestros problemas existenciales siguen intactos y como decía Joseph Cambell, „mitos y ritos tienen la función de proporcionar los símbolos, que permiten al hombre avanzar y servir de contrapunto a las fantasias que quieren encadenarlo al pasado.“

 

 

 

El progreso y la fe en la razón son nuestros mitos contemporaneos.

 

Pero si la razón ha triunfado, ¿que ha pasado con nuestra animalidad?

Jung llamaba sombra a esa parte de nuestra personalidad que rechazamos y reprimimos.

 

La sombra es esa parte de nuestro Ser que no debe ser.

 

Al igual que todo objeto puesto al sol proyecta una sombra, todo ser humano, y toda sociedad, arrastra una sombra psíquica- con la que no quiere identificarse.

 

La sociedad, representada por nuestros padres, familias y maestros, no nos permite vivirla. Nuestra sombra particular depende de lo censoras que hayan sido las instancias directas con las que hemos tenido que lidiar pero todos tenemos además una sombra cultural.

 

Y como no podemos deshacernos definitivamente del Dionisio que llevamos dentro, necesitamos hacer algo con él, descargarlo en algún lugar. 

 

Esta ha sido siempre la función del chivo expiatorio; servir de pantalla para que proyectemos allí lo que no nos guste.

 

Proyectando mantenemos la ilusión de que la sombra no es nuestra, de que el mal está ahí afuera.

 

En el Otro.

 

El Otro al que acabamos dando forma, humana, y en esto no vamos mal encaminados.

 

 

 

Monstruos, zombis, extraterrestres, vampiros, pero también seres reales como el loco, el apestado, el „moro“ o el judio son tristes ejemplos históricos de chivos expiatorios.

 

 

Y hoy es el emigrante y todavía más el refugiado, ese excedente del capitalismo, el que tiene todas las papeletas para convertirse en el próximo blanco: es desconocido, débil y parece proliferar peligrosamente.

 

Desde hace algunos años organizo regularmente un taller de emigración en el que me encuentro con gente de diferentes paises hispanohablantes para hablar de su experiencia como emigrantes en Berlín.

 

En uno de ellos les pedí que describiesen al típico alemán:

 

 

 

Organizados, cívicos, con mucho sentido de la justicia, reflexivos, serios, cuadriculados, burocráticos, poco flexibles, poco espontáneos (española, 41, 15 años en Alemania, la mayor parte de ellos en Berlín)

 

Otra descripción, esta menos neutral: „racistas, arrogantes, intolerantes, inflexibles, egocéntricos“ español, 39 años, 13 en Berlín

 

 

Estas descripciones pueden ayudarnos a tomar conciencia de que el proceso de proyección de la sombra es bidireccional.

 

 

 

Los estereotipos son categorias abstractas que creamos, a partir de nuestra experiencia directa y pero también a partir de información que proviene de otros canales.

 

 

 

Para poder funcionar en el mundo y no perdernos en lo concreto el hombre necesita crear categorias, abstraer.

 

 

 

Ya el lenguaje es una abstracción. Y sus categorias, como la cama de Procusto, sirven para todo pero no encajan con nada.

 

 

 

Pero si no existe el alemán, tampoco existe la manzana ni el perro.

 

Si queremos analizar el fenómeno del racismo tenemos que empezar analizando los estereotipos, que son, en parte, nuestra propia sombra.

 

 

 

Sin caer en el error de confundir el, concepto con el fenómeno, el mapa con la región.

 

Por nombrar no estamos siendo xenófobos. Xenófobos nos hace nuestro comportamiento y este no suele correlacionar con la corrección política.

 

 

 

Ante la nueva ola de racismo en Alemania no deberiamos caer en el error de pensar que el problema es la libertad de expresión.

 

 

 

Las raices son mucho más profundas, viene de un pasado reprimido con culpa (a pesar de la tan conjurada Vergangenheitsverarbeitung), de unas condiciones socioeconomicas estructuradas de forma que fomentan la brecha social y no dejan a los perdedores ninguna posibilidad de ascenso, de esa rueda que gira sin cesar y de la que el mito del progreso no nos permite bajarnos.

 

 

 

En el emigrante, en el refugiado más aun, hemos encontrado el problema y la solución.

 

 

 

De los políticos no podemos esperar soluciones pues ellos se dirigen a las masas y las masas no simpatizan con sombras ni matices. Ocupados en mantenerse en el poder y limar el lenguaje, huyen de los verdaderos conflictos como de la peste. Podría incluso parecer que su verdadera misión consiste en desviar nuestra atención de lo importante.

 

 

 

Y los humanos somos en el fondo como esos niños a los que llevamos al psicólogo para que trate sus explosiones de ira incontroladas; pasamos de la represión a la guerra por no querer meternos en lios.

 

 

Y así, el destino de la humanidad parece consistir en una sucesión de víctimas y verdugos que intercambian sus papeles sucesivamente -o desempeñan siempre el mismo.

 

Y puesto que al parecer somos incapaces de estarnos quietos, si queremos hacer algo por la humanidad podemos seguir el consejo de Kierkegaard:

 

 

 

Arreglate tu, es lo mejor que puedes hacer por los demás“

 

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