Lilith y Medeas modernas

 

Creo que siempre o casi siempre en la infancia la madre representa la locura. Nuestras madres siempre permanecen como las personas más locas y extrañas que jamás hemos conocido“ M. Duras

 

 

 

La maternidad es una de las experiencias más intensas y profundas que podemos experimentar
en nuestras vidas. Ser madre se asocia con sentimientos de amor incondicional, sacrificio y
entrega absoluta. En nuestra cultura cristiana, la virgen María es el icono que mejor representa
nuestra idea de madre.
Allí donde hay una madre no parece haber espacio para lo oscuro. Sin embargo, toda madre sabe (si ha profundizado en sus propios sentimientos) que el amor
no es el único sentimiento que un hijo despierta.
Los bebes demandan atención y cuidado constante, pues de llamar la atención hacía
sus necesidades depende su supervivencia. Esta demanda puede llegar a provocar
en la madre cansancio, hastio, rechazo e incluso odio….
Decía Wilde que es difícil no ser injusto con lo que se ama y efectivamente; el odio es parte
complementaria e inseparable del amor en todas las relaciones íntimas.
Hasta aquí todo normal...siempre que seamos conscientes de que el odio que sentimos no
significa que el bebe sea odiable o tenga malas intenciones sino que es resultado de
nuestra
frustración y agotamiento y cuando se nos pase volveremos a amarlo. Es decir que la
negatividad que experimentamos en ciertos momentos es pasajera y esta motivada por
nuestro cansancio.
Cuando el odio o el rechazo son sentimientos permanentes y constante o comenzamos a ver
al niño como malo deberiamos buscar ayuda urgente.

Las relaciones humanas son ambivalentes y la negación de esta ambivancia, el tabu, tiene consecuencias que pueden llegar a ser nefastas.

 

 

 

Cuestionar el amor materno es un tabu.

 

 

Los mitos y las parábolas eran metáforas que ayudaban a entender la realidad y a explicarnos nuestra naturaleza.

 

 

 

Una de las primeras madres malas fue Medea (Euripides 480-406 a.d. J.C), la mujer que mató a sus hijos para vengarse de su marido infiel.

 

 

 

En el folclore judio la ambivalencia de la mujer/madre era representada por Lilith, la primera pareja de Adan.

 

 

 

Lilith, era una mujer emancipada y desobediente. Se dice de ella que se negaba a aceptar la posición inferior en el acto sexual. Y Dios, que no acepta la desobediencia, condenó a Lilith a parir sin pausa niños demoniacos destinados a morir pronto. Desde entonces Lilith vaga entre nosotros como una sombra y se dedica a asesinar niños ajenos, amenazar a las parturientas y madres jovenes y a provocadorar al hombre.

 

 

 

En algunos cuentos y leyendas, por ejemplo en el cuento alemán „Rumpelstilzschen“, el espiritu de Lilith se aparece a la madre en forma de personaje extraño y amenazante que que quiere llevarse al bebe.

 

Hoy hemos eliminado estas figuras de la literatura en general censurado los cuentos en aras de una sociedad „políticamente correcta“. Preferimos contarles a nuestros hijos el mundo como „debería de ser“ que como realmente es. Creemos que les estamos protegiendo.

 

 

 

La madre mala no existe, al menos en nuestra fantasia. Eliminando la fantaia creemos estar influyendo en la realidad.

 

 

 

Y quizás por eso nos cuesta tanto asimilar los filicidios como el ocurrido hace unas semanas en Godella.

 

 

 

A juzgar por los relatos que circulan esta madre parecía sentirse amenazada por la sombra de Lilith. El miedo a que alguién -una secta en este caso- se llevara a sus hijos o les hiciera daño culminó en el asesinato. Esta madre no supo ni pudo reconocer que Lilith era una parte de ella. Una parte negada. Que el miedo eran suyo, pero la amenaza venía de ella misma.

 

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La negación de la ambivalencia tiene conseciencias. Nos negamos a atribirle a la madre la responsabilidad. La justificamos. No solo los querían; se desvivían por ellos, los cuidaban, en palabras de una amiga de la joven de 27 años, como a dos angelitos de cornisa” se leía pocos días después en El Pais.

 

Nos aferramos a datos objetivos como que „iban limpios, el mayor estaba matriculado en el colegio, ambos acudían a clases de natación, jugaban en el parque con otros niños, estaban bien alimentados y no mostraban signos de maltrato“ para tranquilizar nuestras propias conciencias. Buscamos chivos expiatorios como las drogas o la locura.

 

 

 

(Pero imaginemos por un momento una justificación así en un asesinato de género „la mató porque la quería, iba bebido, tenía problemas psiquiatricos….“. Impensable, ¿no?)

 

 

 

No nos atrevemos a cuestionar a las madres pues su amor y su bondad es uno de las últimas seguridades que nos quedan. Preferimos pensar, que estamos ante casos excepcionales. Preferimos seguir contando cuentos de hadas a las embarazadas y perpetuar la mentira del amor materno inmaculado e incondicional y cerrando asi las posibilidades de expresar sentimientos que no deberiamos sentir hacia los hijos de modo que estos pueden crecer hasta explotar en una psicosis como le ocurrió a la madre de Godella.

 

 

 

Las psicosis post partales son de sobra conocidas. Son muy peligrosas, porque pueden llevar al filicidio. Esta psicosis son el resultado de la imposibilidad integrar y tolerar sentimientos inaceptables (por ejemplo saber que se debería amar al niño pero sentir rechazo o incluso miedo hacia él). Y es que la imposibilidad de lidiar con la ambivalencia puede culminar en la locura. La afectada (o afectado) proyecta sus sentimientos en una historia que, aunque bizarra, la libra de culpa.

 

 

 

Todo el mundo puede ser malo. Y las madres no son la excepción.

 

Pero nosotros preferiremos seguir buscando la culpa en otro lado poder seguir creyendo en nuestras virgenes.

 

Y por ello somos complices.

 

 


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