El miedo se come las almas

Todos tenemos miedos.

A las cucarachas, a los reptiles, a lo sobrenatural, a la noche, a hablar en público….

 

En el mejor de los casos son miedos latentes que se activan cuando la vida nos confronta con su objeto y que podemos de alguna manera esquivar. Miedos con los que hemos aprendido a vivir, conscientes de que el miedo es inherente a la vida y que no es posible vivir sin él.

 

Los psiquiatras les llaman fobias (simples) y están orgulllosos de las técnicas que han desarrollado para acabar con ellos. Y es que a diferencia de la mayoría de los trastornos a los que se enfrentan estos parecen tener fácil solución. Se les podría llamar miedos cómodos. Cómodos porque no suelen, o lo hacen de forma muy puntual, interrumpir el curso de nuestras vidas.

 

Los miedos, en plural.

 

Y por otra parte, ocupando una categoría totalmente distinta, está el Miedo en singular.

Miedo en singular porque el miedo en realidad no es plural sino singular. Y cuando el ramillete de miedos que nos hemos ido forjando para soportar la vida se unen para formar un solo capullo es cuando comienza el verdadero terror.

 

El miedo en singular no es otro que el miedo a la propia muerte.

 

Cuando la vida nos confronta con la posibilidad de nuestra muerte, todo lo demás deja de ser importante. Miedos que hasta ese momento nos habían definido puede que desaparezcan sin necesidad de desensibilización sistemática: de golpe. (Qué es una cucaracha comparada con la Muerte)

 

El miedo a la muerte puede venir de dos lugares; de afuera o de dentro.

 

Cuando viene de fuera suele ser el resultado de una confrontación traumática con otro ser humano (se les llama Man-Made-Trauma). 

 

Los que vienen -aparentemente- de dentro suelen comenzar de una forma más sutil, un dolorcito en el pecho al que hasta ahora no le habiamos prestado importancia (o que no estaba ahí?), un lunar que de pronto nos parece transformado, unas palpitaciones...pero alcanzan en poco tiempo la misma intensidad (o más) que los otros, con el añadido de que en este caso no hay escapatoria.

 

El miedo hipocondriaco deviene tan terrible precisamente porque no podemos escapar de él. Ocurre en un sistema que se nos aparece en ese momento como perfectamente cerrado: yo mismo. Y es que si temo a los demás puedo intentar evitarlos, pero no puedo escapar de mi mismo. Allá donde voy estoy conmigo y soy yo, mi cuerpo, mi peor enemigo. Soy yo ese que puede fallarme de un momento a otro. Es de mí de quién no me fio ni consigo fiarme.

 

Y nadie puede tranquilizarme.

 

La espiral fatal que se ha puesto en marcha no parece tener casilla de salida.

 

Y por ende, en algún momento me doy cuenta de que además, la estrategia comprobatoria que vengo aplicando no llegará nunca a tranquilizarme. En ese momento es necesario salir de mi y volver a la vida.

 

Si consigo consigo convertir la experiencia en episodio (y no en modus vivendi) mi vida ya nunca volverá a ser la misma. Habré vuelto a perder la inocencia. Como cuando de niño por primera vez tome conciencia de la muerte.

 

Pues soy en realidad ese niño y nunca deje de serlo.

 

"Estoy acostado en mi cama, en mi quinto piso, y mi día que nadie interrumpe, es como un reloj sin manillas. Igual que una cosa mucho tiempo perdida, se vuelve a encontrar una mañana en su sitio, cuidada y nueva, casi más nueva que el día de la pérdida, como si hubiese estado confiada al cuidado de alguien, igualmente se encuentran dispersos sobre la colcha de mi cama cosas perdidas de mi infancia y que son como nuevas.
Todos los miedos olvidados están aqui de nuevo.

El miedo de que un hilito de lana que sale del dobladillo de la colcha sea duro, duro y agudo como una aguja de acero el miedo de que este botón pequeño de mi camisa de noche sea más grande que mi cabeza, más grande y más pesado, el miedo de que esta miguita de pan sea de vidrio cuando toque el suelo y se quiebre, y la inquietud pesada de que al mismo tiempo se rompa todo,que se rompa todo para siempre; el miedo de que ese borde desgarrado de una carta abierta sea un objeto prohibido, un objeto indeciblemente precioso para el que ningún lugar de la habitación sea bastante seguro; el miedo de tragar, si me dormía, el trozo de carbón que está ahí ante la estufa; el miedo de que una cifra cualquiera pueda comenzar a crecer en mi cerebro hasta que no quede en mí sitio para ella; el miedo de que mi cama sea de granito, de granito gris; el miedo de gritar y que acudan a mi puerta y que terminen derribándola; el miedo de traicionarme y de decir todo de lo que tengo miedo, y el miedo de no poder decir nada, porque todo es indecible, y los otros miedos...,  los miedos.

 

He rezado para volver a encontrar mi infancia, y ha vuelto, y siento que aún está dura como antes, y que no me ha servido de nada envejecer" Los apuntes de Malte Lauren Brigge, R.M. Rilke


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Comentarios: 1
  • #1

    Ramón (domingo, 11 agosto 2019 20:03)

    Me han gustado las reflexiones y las imágenes de Roberto. Yo voy a ver si traduzco en palabras el juego que he desarrollado mediante insinuaciones a partir de la confección y partición de un anillo de Möbius.