Diario de una pandemia: La culpa

 

La imagen urbana, cada vez más normalizada, de personas con mascarilla, guantes y spray desinfectante evocan a la vieja Henrouille del "Viaje al fin de la noche", la cual"se había encogido para defenderse del exterior, (...) como si todo lo horrible y la muerte sólo debíeran venir de él, no de dentro. De dentro nada parecía temer, parecía absolutamente segura de su cabeza (...)".

 

 

 

La invisibilidad del enemigo nos ha obligando a cortar por lo sano y renunciar a aquello que decían que nos definía como humanos; nuestra sociabilidad. Hoy pretendemos mantener al otro a la distancia prudente de dos metros, pues todo otro es un posible portador.

 

 

 

Que nos haya costado tan poco renunciar al contacto probablemente se deba a que la tecnología llevaba años preparando el terreno. Algunos ni se han dado cuenta. El resto ha convenido tácitamente actuar como si los sentimientos individuales no existiesen. Quitándoles toda importancia con un par de bromas. Más nos vale pues quién se atreva a nombrarlos en serio ahora será acusado rápidamente de egoista insolidario.

 

 

 

Pero las apariencias engañan y, aunque observamos al otro con desconfianza, es la culpa la que se ha instalado en nuestras almas.

 

Ya el simple acto de salir a la calle nos hace sentir pecadores.

Nos había costado tantos años despojar de poder a la religión y la iglesia y ahora vemos que no eran necesarios para convertirnos, en un abrir y cerrar de ojos, en fieles corderos.

 

Resulta que el nombre de Dios es indistinto. Que podemos cambiar de dioses.

 

Hoy nuestros dioses son la ciencia y la tecnología y sus representantes en la tierra, los que filtran sus misteriosos discursos que no entendemos, los periodistas. Han sometido el discurso de la ciencia a su interés de que no pare el espectáculo, demostrando ser tanto o más eficaces que sus antecesores a la hora de someternos. Y como además hoy todos somos un poco periodistas, hemos aprovechado el poder que no dan las nuevas tecnologías para repetir los imperativos; #mantente sano, #quedate en casa, #quedate en tu puta casa.....pues perdido todo poder lo único que nos queda es encontrar a alguien a quien señalar.

 

Si algo va haciendose patente poco a poco es que, a pesar de todo el progreso, de todo el conocimiento acumulado, de Ilustraciones y Odas a la razón, seguimos siendo los mismos seres irracionales, impotentes y temerosos de siempre.

 

Y que lo único que no ha cambiado es el temor.

 

Cuando la muerte era más cotidiana -y no bastaba como amenaza- se tuvo que inventar el infierno. Hoy el infierno esta obsoleto. Ante la perspectiva de la muerte corremos a comprar papel higiénico.

 

Musil proponía una solución que, cien años después, ya no parece tan absurda como en su momento; si el hombre moderno nace y muere en hospitales, porqué no vivir como si estuviesemos en una clínica.

 


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