Diario de una pandemia: Conspiración

En lógica un argumento ad hominem es un tipo falacia que consiste en dar por sentada la falsedad de una afirmación desacreditando al emisor.

 

Actualmente este tipo de recurso argumentativo se esta utilizando para desacreditar toda objeción a las medidas antipandemia. Identificando sistemáticamente a los críticos con radicales, conspiranoicos o votantes de ciertos partidos se evita tener que enfrentarse a los posibles argumentos.

 

El argumento ad hominem es una estrategia disuasoria muy efectiva pues la mayoría prefiere callarse antes que ser asociados con ciertas personas o colectivos o -peor aun- ser acusado de conspiranoico. Esto último significaría la pérdida del crédito social y perder el crédito social es de las peores cosas que nos pueden ocurrir. Así que, los que se consideran críticos, prefieren ser vistos como críticos moderados y razonables, y argumentan que si se comportan de un modo sumiso no es por miedo (ellos nunca tienen miedo) ni por estar de acuerdo con todo (tienen su propio punto de vista) sino por civismo, solidaridad o cualquier otro motivo, siempre loable.

 

Este tipo de críticos estan muy orgullosos de sí mismos, y no es para menos, pues consiguen tenerlo todo sin mojarse nada.

 

Ciertamente hay que ser algo paranoico para manifestarse contra algo tan indiscutible como las medidas antipandemia.

 

¿Como reconocer, entonces, la conspiranoia?

 

Se llama teorías conspirativas a ciertas teorías alternativas a las oficiales que explican un acontecimiento o una cadena de acontecimientos a través de la acción secreta de grupos poderosos, que en el fondo tienen intereses contrarios a los que abiertamente defienden.

 

Actualmente se consideraría conspiranoico pensar que detrás de las medidas antipandemia pesa más el intento de controlar a la población que el de protegerla o que el social distancing, con todo lo que conlleva, quedarse en casa, taparse la cara, ponerse guantes, mantener la distancia, es una forma de crear sospecha y distancia entre la gente.

 

En psiquiatría los conspiranoicos caen dentro de la categoría de los paranoicos y, dependiendo de lo inamovible de su creencia, esta puede llegar a considerarse un delirio y en el peor de los casos llevar al diagnóstico de esquizofrenia.

Cuando no es un brote sino un rasgo de personalidad hay -simplificando mucho- dos formas básicas de abordar este trastorno. La primera, biológica, consiste en considerar el pensamiento una perturbación de las neuronas y recurrir a la medicación para acabar con él. La segunda, terapéutica y en extinción, consiste en buscar el origen del sentimiento que ha llevado a la construcción del delirio. Y a menudo, detrás del delirio, se esconde motivos lícitos.

Hoy nos decantamos por la primera estrategia, pues la segunda podría plantear la incómoda pregunta de porqué desconfiamos de la bondad del estado.

 

Los detractores de las teoría conspiranoicas argumentan con la navaja de Ockam. Consideran que la explicación más probable es la que defiende más gente, es decir, la oficial. Y seguramente los que postulan intenciones ocultas pequen de paranoicos, pero resulta igualmente difícil no ver la venda en los ojos de los defensores de la versión oficial.

 

Y pensándolo bien, no haría falta postular ningún complot para criticar las medidas antipandemia.

El desarrollo tecnológico y la acumulación de datos, de conocimiento como se suele decir erroneamente, hace tiempo que han alcanzado una magnitud inabarcable para nuestra cabecita humana. Es por eso que hoy colgamos de un aparatito negro y liso para orientarnos por el mundo.

El exceso de información nos confronta con posibilidades y escenarios que nos sobrepasan. Y cuando el ser humano se ve sobrepasado, puede llegar a reaccionar con pánico.

 

Ya lo decía Proust, saber no es igual a poder evitar.

 

¿Es una paranoia que la gente esta más irritable, más despota, más dispuesta a amonestar y denunciar, con más miedo y más apagada? ¿es un virus motivo suficiente para que el mundo tenga que pasar a una nueva normalidad? ¿ es el precio que tenemos que pagar por no cuestionar la versión ofical?

 

Desde la cuádriga de la puerta de Brandenburgo, el ángel de Wim Wenders, se lamentaba hace medio siglo de que las personas solo creemos lo que vemos. No era un ángel visionario pues de serlo debería haber sabido que podía ser peor. Hoy ya ni vemos y solo creemos lo que nos cuentan.

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