Los debates de la Escalera: El doble

Con el tema del Doppelgänger (el doble) en la vida y en el arte inauguramos la temporada de otoño 2020 retornando a nuestros ya míticos debates en la libreria la Escalera.

 

La particularidad de los Debates de la Escalera es abordar temas existenciales que a primera vista pueden parecer alejados de nuestra cotidianidad. Nos interesan temas que no están -nunca lo han estado- de moda pues han sido sepultados por otros más actuales y convenientes, más capaces de provocar la ilusión de progreso.

 

El Doppelgänger es uno de los nombre que damos a nuestro lado oscuro, nuestra sombra, lo expulsado. 

 

Hablamos del Doppelgänger desde diversas perspectivas partiendo de la convicción de que el lado oscuro no esta en otro lugar que en cada uno de nosotros. Y que aquel que no acepta esta presencia, corre el riesgo de ser presa de ella. 

 

El Doppelgänger guarda una relación directa con algo tan humano como es el problema del bien y del mal. Dilema a su vez relacionado con nuestra tendencia al pensamiento binario (0-1). O quizás sea al contrario, y somos binarios, precisamente por el temor que le tenemos al mal. 

 

Quizás sea este miedo ancestral nuestro a identificarnos con el mal el origen de nuestra necesidad imperiosa de dividir el mundo en dos; luz/sombra, bien/mal, mujer/hombre, salud/enfermedad, vida/muerte. Convirtiendo progresivamente categorias que eran complementarias en antagónicas.

Y olvidado aquello que decía Schopenhauer; que la vida es fundamentalmente ambigüa. Y que ni en la vida ni en nosotros existe esa linea divisoria. La hemos trazado nosotros. Aunque sería más justo decir; nos la trazaron. Nos la trazaron y nosotros nos la seguimos trazando y se la trazamos a nuestros hijos. 

 

Nos la trazaron y nos dijeron que debíamos identificarnos con uno de los lados; el claro. El oscuro, en el que se encuentran nuestras debilidades, vergüenzas, deseos inconfesos y políticamente incorrectos fue censurado (primero desde fuera y luego tomamos el relevo) y su contenido enviado a las profundidades. Reprimido.

 

Pero como no pudimos hacerlos desaparecer lo sellamos con la culpa, esa eterna sensación nuestra de insuficiencia con respecto a la autoridad que nos somete.

 

Expulsados y sellados con culpa o vergüenza, mantuvimos nuestros instintos ocultos de modo que nuestro rechazo hacia ellos (que es el rechazo que originariamente generaron en nuestros educadores) llegó a ser tan potente que quisimos olvidar que nos pertenecian. Los disociamos expulsándolos de nuestra memoria.

 

Pero cuanto más identificados estabamos con la luz, cuanto menos aceptabamos nuestro lado oscuro, más poder le estabamos dando. Pues como decía Bataille; cuando mayor es la belleza, más profunda es la mancha.  Y lo que comenzó siendo mero instinto de supervivencia, necesaria autoafirmación, a base de frustración y condena terminó convertido en sed de venganza.

 

Pues cuando el deseo no puede fluir, como advertia el poeta, deberemos esperar veneno.

 

¿Y cuál es el mal que rechazamos?

 

El mal es lo que la moral social define como mal.

 

El mal son los impulsos individuales que ponen en tela de juicio los valores de la sociedad. Y hay que aplacarlos para que la sociedad pueda seguir avanzando sin trabas.

 

El mal es aprendido , cuando nacemos no somos ni buenos ni malos, tenemos instintos, capacidad mimética y de aprendizaje. Y progresivamente la sociedad nos va civilizando, se va encargando de enseñarnos qué es lo que podemos mostrar, que tenemos que ocultar y que no deberiamos siquiera sentir.

El mal (lo indeseable) es en sus matices cultural pero en su esencia universal.

 

Los pecados capitales (pereza, gula, lujuria, envidia, avaricia, ira y soberbia) siguen teniendo vigencia hoy en día en nuestra sociedad occidental progresista. Lo único que ha variado ligeramente es la forma de transmitirlos, que hoy es más seductora -manipulativa- que autoritaria.

Alimentate bien, haz deporte, no levantes la voz, se feminista y sobre todo, no seas soberbio, pues la soberbia es el peor de todos los males.

 

No llames la atención, no te creas más que nadie, deshazte de tu ego, deconstruyete; son los imperativos modernos que pretenden la adaptación al grupo a costa de las necesidades individualidad, hoy ego.

 

La soberbia, el "non serviam" fue el pecado de Lucifer, doppelgänger de Dios. Y lo pagó caro. Como ya antes lo había pagado caro Prometeo. Y lo seguirá pagando caro por los siglos de los siglos todo rebelde que ose retar a los Dioses.

 

No serviré; ese es el verdadero mal. El mal es una cuestión de perspectiva. Para la sociedad siempre estará en el individuo. Ira mutando lampedusianamente, dependiendo del poder que lo defina; ayer la religión (el pecado original), hoy la ciencia (un narcisista con una amígdala demasiado pequeña).

 

Pero la condena de los instintos individuales no sale gratis, y si no que se lo pregunten a Jekyll. La represión producirá un exceso de energia y que puede volverse contra el individuo incluso, aunque esto sucede menos a menudo, contra la sociedad.

De esto tomaron conciencia, a finales del SXVIII, una serie de artistas y comenzaron a plasmarlo en los más diversos géneros fundando ese movimiento que hoy conocemos como romaticismo.

 

El romanticismo fue un doppelgänger que emergió como reacción a la negación en masa del lado oscuro del mundo y del ser humano que fue la ilustración, aquel sueño de la razón al que seguimos enganchados.

 

Primero los románticos, y luego un medicucho vienés que nos espeto aquello de "no somos dueños en nuestra propia casa" generándole a una humanidad envalentonada otra "herida narcisista" (después de las de Copérnico y Darwin).

 

Decía Aute que siempre es lo mismo, pero con distinta voz y efectivamente, así seguimos, empeñados en negar nuestra sombra, la individual y la colectiva. Y somos tan invidentes para las consecuencias de nuestro punto ciego como para nuestro lado oscuro. No queremos creer que todo tiene sombra; la ciencia (el conocimiento es dolor), las ciudades (los suburbios), internet (donde el feminista goza con prácticas que de día condena). Incluso los datos tienen un lado oscuro (paises con excelentes datos de crecimiento e innovación y apabullantes cifras de suicidio).

 

Negamos nuestra sombra y lo hacemos porque a pesar de todos nuestros logros seguimos temiendoles a los Dioses (los modernos).Y nos esforzamos por portarnos bien y ocultarles todo lo que pueda resultarles ofensivo.

 

Y a eso que les ocultamos le llamamos mal. 

 

Pero pagamos un precio por esta negación pues lo reprimido siempre encontrará formas de expresión, en el arte y en la vida. No siempre será un doble, que es la expresión extrema de la disociación, puede ser cualquier enfermedad, física, psicológica y social. Según Thomas Mann la enfermedad es la venganza del amor reprimido que se expresa en el sujeto, vengandose de la represión con consecuencias a menudo finestas 

 

El mal es relativo;  para el individuo es el sistema que le reprime, para el sistema el individuo que le cuestiona. Ambos son archienemigos.

 

Y cuanto más poder tenga uno, menos tendrá el otro. Y el doble será la némesis, que viene a reestablecer el equilibrio. 


Escribir comentario

Comentarios: 2
  • #1

    David (viernes, 06 noviembre 2020 15:13)

    Muy bueno Georgia y buena manera de ir perfilando esa conceptualización del mal de la que hablamos la última vez. Reflexionando sobre el mal establecido socialmente, creo que uno de los aspectos más importantes es "lo diferente", dependiendo de la sociedad que define aquello que diverge. Lo diferente como amenaza, peligro, mal... por eso el carácter universal de este mal. La necesidad de etiquetar para identificar, para actuar y para justificar.
    Es muy interesante también que la soberbia es el gran pecado a nivel individual, sin embargo, puede ser todo lo contrario a nivel social. Decir "soy el mejor" no es solo rechazable, sino castigable; pero decir "somos los mejores" es y suele ser prácticamente obligatorio

  • #2

    georgia (viernes, 06 noviembre 2020 16:23)

    Lo diferente podría ser el mal aparente, quizás la trampa en la que siempre caemos al proyectar fuera lo desconocido. Lo que dices al final yo lo veo así: decimos "nosotros somos los mejores" justamente porque individualmente nos sentimos débiles, por eso queremos pertenecer a una masa (partido político, religioso, ideologico....) que nos haga sentirnos poderosos, porque solos no nos sentimos "empoderados" (por usar una palabra de moda) pero si nos apoya un grupo entonces si....pero poco a poco el grupo empieza a cobrar poder, sacrificamos nuestra indivualidad y comienza a oprimirnos. Finalmente se convierte en nuestro verdadero enemigo, contra el que somos impotentes (es demasiado grande y poderoso)