Queda la música

A medida que la pandemia va cediendo protagonismo a la actualidad y la nueva normalidad deja de ser nueva (a fuerza de golpes hemos asimilado lo inasimilable y estamos ya predispuestos a seguir asimilando) la vida va brotando por las grietas que la primavera va abriendo en "la ciudad gris".

 

Es difícil transmitirle a un mediterraneo el poder que el Sol tiene en Berlín; transforma a los ciudadanos en lagartos, es capaz de dibujar una sonrisa en rostros acartonados por la tristeza e incluso de hacer que los encargados de velar por el orden permitan, por un momento, que emerja el caos. 

 

Fue en una de estas magníficas tardes de primavera, en el puente de Varsovia, una parada de metro que conecta dos barrios que antaño  estuvieron separados por un muro, que tres músicos -un polaco, un brasileño y un australiano- sacaron sus bártulos e improvisaron un concierto cuyo magnetismo embrujó a los castigados berlineses que pasaban por allí.

 

Seducidos por el ritmo, olvidaban sus planes y, atrapados por la alegría de estos magos disfrazados de doctores, dejaron, sin pensarlo dos veces, el futuro a un lado y se arrojaron a los brazos de Dionisio.

 

Uno de estos transehuntes era yo y el plan que procastiné era un concierto en el legendario bar "de izquierdas" que sobrevive, adaptándose, a la implacable gentrificación de Friedrichshain, el Supermolly. 

 

Y es que la explosión espontanea de alegría que se produjo en el puente de Varsovia era un canto de sirenas capaz de retener al más teutón de los teutones. 

 

En una hora y sin pretenderlo, estos tres jóvenes hicieron más por la salud de los allí presentes que en dos años expertos, políticos, gentes importantes e instituciones varias. En el punto álgido de lo que acabó siendo un festival en toda regla, un viejo punk, alcohólico y visiblemente castigado por la vida, arrojó la muleta en la que había estado apoyando el cansancio de vivir y se puso a dar saltos mientras alguien gritaba "milagro!".

 

Terminó el concierto dejándonos a todos un poco más felices y seguí con mis planes. O mejor dicho; lo intenté. En el Supermolly no nos dejaron entrar. Allí aplicaba la regla 2G+ y mis papeles no estaban en regla. 

 

Esta vez no me importó.

 


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